La barriada cacereña de La Cañada quiere su independencia. No ha necesitado hacer un plan, como el señor Ibarretxe, ni analizar su ADN. Como no es anticonstitucional, ni siquiera ha podido ser cuestionado por el ministro Acebes, que lo cuestiona todo excepto a sí mismo, que es lo más cuestionable. Pero no saben dónde se han metido.

Porque la mayoría de los habitantes de La Cañada son, eran, ciudadanos cacereños de toda la vida y quizás no soporten el trauma de dejar de serlo. A partir de ahora, al pasear por Cánovas les señalarán: "¡Mira, esos son independentistas!". Y no les saludará nadie. No les permitirán hacerse un hueco para ver la cabalgata de Reyes o san Jorge. Necesitarán pasaporte para callejear por Caleros y ¡se les prohibirá cantar el Redoble! Pero sobre todo es que ya no tendrán como patrona a la Virgen de la Montaña. O sea, que a partir de ahora la Virgen extenderá su manto desde su ermita a toda la ciudad excepto a esa barriada. Y, el peor de los males, no podrán bajar cada día de la novena a Santa María. ¿Podrá un cacereño de toda la vida perder estos privilegios a cambio de mejores servicios municipales?

Puesto que una vida sin Virgen de la Montaña, sin Caleros y sin Redoble no merece la pena ser vivida, por piedad no podemos consentir que una parte de nuestra ciudadanía pierda el privilegio de presumir de ser cacereños. Y sobre todo no puede consentirlo el emérito presidente de los cacereños de toda la vida, José María Saponi. De manera que esperemos que solucione los problemas y vuelvan al redil de los corderitos cantando aquello de "qué buenos son don Saponi y sus ediles, que buenos son que nos llevan de excursión". O sea, de romería a La Montaña. Con paella, pañuelito y gorrita gratis.