Sabías que comenzaba la cuaresma porque tu padre se presentaba en casa con las indulgencias. Unos papelotes que no sé lo que costaban y que te permitían comer carne los días de abstinencia. La Semana Santa comenzaba con regalos, pues el refrán decía: "Domingo de Ramos, el que no estrena no tiene manos". Para llevarlo a efecto, te regalaban unos calcetines y con ellos ibas a ver la burrina en la que algunos lucían unos ramos espectaculares mientras tú tenías unas ramas de olivo. Los mayores no tenían tiempo libre pues estaban muy ocupados con los actos religiosos. Ya los días antes habían hecho ejercicios espirituales. En ellos les habían amenazado con graves penas por su vida pecaminosa y les habían augurado un futuro en el infierno. A lo largo de la semana no había cine y durante las procesiones se cerraban los bares.

La procesión más llamativa y emocionante era la del Entierro. Sólo iban hombres, pero en gran cantidad y de diez en fondo, rezando el rosario y cantando. El personal contaba los asistentes para poder asegurar que "la de este año había sido la más numerosa".

La tradicional era la del Nazareno. Había otra sólo para mujeres y que para demostrar que las féminas tienen una fama injustificada se llamaba del Silencio en la iban mantillas, como en la del jueves.

Para demostrar la generosidad del Régimen estaba la de El Perdón, que llegaba hasta la cárcel de donde sacaba a un preso. El Cristo de las Batallas era para excombatientes. El viernes había oficio de tinieblas y la semana se cerraba con el Encuentro, al que asistían cuatro gatos y don Elías, que desde el púlpito de la torre de Bujaco proclamaba el resultado del sorteo de un ´boguego´.