Cada día aumenta el personal que exige o recomienda para cualquier actividad que quienes la lleven a cabo «sean de aquí». Lo mismo da que intentes programar una corrida de toros, un partido de fútbol, una exposición de pintura, imprimir un libro o celebrar un concierto. A muchos les enternece tanto amor por la tierra y sus habitantes pero a mí me causa malestar porque ser de aquí no garantiza nada y creo que lo primero que debe exigirse es calidad.

La prueba está en que la mayoría de los que así se comportan no miran el carnet de identidad cuando van a ser objeto de una operación quirúrgica y tras muchas consultas y consejos optan por padecerla en Madrid o incluso en Pamplona. Tampoco sería de extrañar que pese a protagonizar campañas contra el cava catalán y publicitar el extremeño no tengan ningún inconveniente en invertir sus dineros en una entidad catalana que les garantice mayores dividendos. Pero es que además hacen un flaco favor a los que pretenden favorecer, pues les puede llevar a pensar que tienen méritos para llevar a cabo la tarea cuando la realidad es que «ser de aquí» es un accidente y el mérito en todo caso será de sus padres que le engendraron en esta tierra. Esta propensión a premiar al paisano puede incluso llevar a este a no esforzarse en demasía ya que la consideración de los suyos le garantizan estar en candelero, y como consecuencia las celebraciones, obras y actos no pasarán de medianías, y Cáceres y Extremadura no saldrán de los últimos puestos si no exigimos a los nuestros que sean los mejores, porque tampoco creo que debamos acogernos a la relación calidad-precio en muchos casos.

Como no podía ser menos, para justificarse, acuden al argumento de la universalidad: «Es lo que se hace en todos sitios», como si lo que hace la generalidad fuera un criterio de racionalidad y eficacia cuando lo único que demuestra es que el paletismo y la tontería no es patrimonio exclusivo de nadie. Otra cosa es que en igualdad de condiciones se prefiera a los de aquí.