Esta especie de esquizofrenia vacacional que dominó la pasada semana (ahora sí, ahora no trabajamos) nos ha permitido asistir a algunos acontecimientos mercantiles más o menos sonoros y, por aquello del relajo peripatético, echarle una mirada a lo nuevo que la capital cacereña presenta de cara al denominado solsticio de invierno, vulgo Navidad.

La primera noticia gorda es el cierre de la fábrica de cerámicas Waechtersbach y, como consecuencia, las rebajas por liquidación y ese ejercicio de hipocresía social que nos hemos inventado para justificar la avaricia ante la desgracia ajena: compro aunque no lo necesito, les viene bien a estos pobres desgraciados para poder cobrar el sueldo de noviembre y cosas así. Al final, horas de cola para llevarnos dos ensaladeras y cuatro tazas a precio de saldo, que es lo que íbamos a buscar. De los problemas laborales, ya se ocuparán lo sindicatos. O sea que, solidarios sí, pero menos.

La segunda noticia, inesperada por algunos, ajenos como yo a lo que se cuece día a día en este proyecto de ciudad, que más parece conspiración que idea común, es la inauguración del Supercor de El Corte Inglés. Uno siempre ha admirado la calidad de los productos, la esmeradísima presentación y, sobre todo, la sección gourmet de estos establecimientos, que viene a ser algo así como el único nexo real entre la morralla y el glamour.

Pues eso: sí, pero menos. Limpieza, buena presentación, mucho empleado amable, precios absolutamente europeos y, qué le vamos a hacer, la sección gourmet, inexistente. Cáceres no parece tener el glamour necesario para tamaña finura. El caviar, ni en pintura (en Eroski lo traen, mire usté, beluga y sovereing); el foie, bueno, una muestra, ni cuit ni mi-cuit , a saber, con trufas de regalo, que ya es rebajar; mucho cava y dos champagnes, el de la viuda y el Moët et Chandon más baratito. Ni un Blanc des Blancs ni, por supuesto, noticia de Dom Perignon (que también está en la competencia, mire usté). El resto de la bodega exhibe dos Vega Sicilia encarcelados (¡qué fama debemos tener por ahí!) y la oferta que puede haber en cualquier super de barrio que se precie. Vamos que, sí, pero no. Como la tiendilla de ofertas que nos han montado más allá de la cárcel. El alcalde, José María Saponi, debería haber sido informado antes de darle rango institucional a su inauguración, me parece.

En cuanto al aspecto que presenta esta aspirante a capital cultural de Europa en el 2016, por qué no decirlo, es bochornoso. Y lo peor es que parece que no acabamos de creernos que merecemos, no algo más, sino, simplemente, algo. Que nadie nos está haciendo un regalo, sino regateándonos lo que cualquier ciudad con un poco de espíritu exigiría como un derecho.

¿Quién ha dispuesto ese berenjenal de adornos, diferentes en cada calle? ¿ Han comprado un muestrario entero? ¿Hay alguna explicación para que lo más lujoso del centro de Cáceres, el paseo de Canovas, sólo tenga iluminación navideña en una de sus vías? ¿Alguien puede justificar con un mínimo sentido estético el verde gusanito del jardín de la Corredera de San Juan o de la plaza Mayor? ¿Qué hacen las palmeras de la avenida Virgen de Guadalupe o de la rotonda de la plaza de Toros con pololos?

La Torre de Bujaco, eso sí, ha ascendido en su graduación: en lugar de las bolas de años anteriores, ahora luce rombos con fajín de general. Del Ayuntamiento, en fin, prefiero no opinar. Esos colgajos desbaratados, esas botitas...

Lo peor de todo es el dineral que debe haber invertido el cabildo en los supuestos adornos. Lo peor de todo es el lugar en que han quedado los diseñadores y decoradores de la ciudad. ¿O viven fuera? Lo peor de todo es que vamos a tener que llevarnos al Rodeo a nuestros amigos forasteros cuando vengan a vernos en Navidad. A ver el parque a través de las rejas, que esa es otra. Lo peor de todo, en el fondo, es la vergüenza.