Hijo de José Ortiz Alvarez y Juana González Granados, dueños de un negocio de frutería en la plaza de la Concepción, José María Ortiz González, buen conversador, cacereño de pro, que hasta hizo sus pinitos con sus crónicas deportivas, falleció ayer a los 76 años y su pérdida ha causado una honda conmoción en la sociedad cacereña.

Ortiz estaba casado con Nana Pérez Prieto, a la que conoció cuando ella tenía 17 años y trabajaba en los almacenes de Siro Gay. Fue un día mientras ambos paseaban por Cánovas, en los tiempos en los que José María Ortiz trabajaba como administrativo en la oficina de Marcelino Sánchez, unos almacenes que había en la calle San Antón donde vendían máquinas de coser, bicicletas y tractores.

Cuando Ortiz volvió de sus dos años de mili en la Capitanía General de Madrid, comenzó a trabajar en Castañera Radio, que estaba en la avenida de la Montaña y vendía electrodomésticos, en la época en la que llegó a Cáceres el boom del electrodoméstico. Durante su noviazgo, como tantos cacereños, José María y Nana paseaban por la plaza, la avenida de España y la carretera de Salamanca. Como José Luis Caldera era primo hermano de José María, fue él el sacerdote que los casó en San Mateo, ella vestida por Tere, una vecina modista, y él con traje de Santos, un sastre que estaba frente al Gran Teatro. Lo celebraron en el mítico Mercantil y se fueron a Madrid de luna de miel.

La joven pareja estrenó un piso en San Marquino que era propiedad de un barbero de San Juan. José María trabajó luego en la Jefatura de Industria hasta que finalmente montó Dulcelandia, situada en la avenida de Antonio Hurtado, y que no tardó en convertirse en una de las pastelerías más conocidas de toda la ciudad.

El matrimonio ha tenido cuatro nietos y tres hijos: José María, Carlos y Javier, toda una estirpe de periodistas cacereños de El Periódico Extremadura. Cáceres no olvidará a José María Ortiz, por su amabilidad, su caballerosidad cuando atravesaba Federico Ballell con su característico paso ligero, sus buenas maneras y especialmente su bondad, porque las personas buenas están hechas de un acero inolvidable.