A los pies del ábside de Santiago un día se alzó la antigua ermita de San Lázaro, que se situaba en uno de los caminos de acceso a la villa. Dependía de la cofradía de San Andrés y, tras su desaparición, pasó a depender del párroco de Santiago. En el XIX se la llevó la ruina y de ella sólo quedó el recuerdo del nombre de la calle, como también sucedió con la de San Antón, construida por Francisco de Carvajal. De otras ermitas no quedó ni eso, como la de Santo Domingo Soriano, que se encontraba al final de la Clavellina, en confluencia con el Camino Llano. No fue la única ermita que se levantó a San Lázaro, puesto que tenemos constancia de otra de igual advocación que se situaba en las cercanías de la Alberca, también en la colación de Santiago.

Tomamos una de las calles más desconocidas de Cáceres, la de la Virgen de la Montaña, que comunica la parte baja de la plaza de Santiago con la calle Villalobos. Recoleta, casi insignificante, cobija, en una hornacina de la que desapareció el vidrio protector, un azulejo polícromo de la patrona de Cáceres, siguiendo el modelo de la sagrada imagen que Albistur grabó en 1794. Ni el azulejo, ni su situación, ni el nombre de la vía obedecen a capricho, ya que se sitúan en una casa que fue una de las primeras propiedades de la Cofradía de la Virgen de la Montaña. Propiedad del primer mayordomo, Sancho de Figueroa, pertenecía ya a la cofradía en 1641.

La totalidad de la acera derecha de la calle pertenece a la fachada lateral de la casa de los Carvajal Villalobos, cuya fachada principal da a la vía de su nombre: Villalobos, que un día se llamó Villalobos de Carvajal. Estos Carvajales estaban emparentados con los poderosos Carvajales de las Cuatro Esquinas y con los Toledos y Ulloas. Uno de ellos, Francisco Villalobos Carvajal, fue albacea del testamento del Arcediano Francisco de Carvajal.

Es una de las construcciones más ignoradas de Cáceres, pero posee una enorme belleza por su sobria antigüedad, que nos puede dar una idea --por lo exiguo de sus intervenciones al exterior-- de lo que, un día, fueron las casas solariegas antes de las reformas llevadas a cabo a partir del XVIII. Presenta una gran portada de medio punto, pero en lugar de adornarse de dovelas delicadamente talladas, éstas se desarrollan con grandes piedras que ni siquiera siguen una línea continua, sino que introducen quiebros. Sobre la misma se dispone un blasón a la antigua, tan deslascado, que es prácticamente imposible descifrar sus cuarteles. Grandes sillares de cantería refuerzan las esquinas y la ausencia de vanos es casi notable. El resultado es de una gran belleza por su sabor arcaico.

DEL XV AL XVI Subiendo hacia la calle de Caleros, nos encontramos en el lugar en que ésta hace esquina con la Cuesta del Maestre, con otro antiguo solar, la casa de los Castro Figueroa. Se construyeron en el tránsito del siglo XV al XVI, por una familia cuya varonía era Castro, puesto que los fundadores de la misma eran Hernando de Castro y Teresa López de Figueroa. Sus miembros utilizaron otros apellidos tales como Figueroa o Galíndez, pero ya conocemos el uso indistinto de apellidos antes de 1870. Pertenecían a esa nobleza de segundo orden, la de los escuderos, puesto que dentro del estamento nobiliario cacereño existían dos categorías, ésa y la de los caballeros para la hidalguía de primera fila.

Los Castro, según pruebas documentales, fueron testigos, en persona de Hernando de Castro (padre del anteriormente citado), del homenaje que la villa hizo a la Reina Católica en 1477, cuando el juramento ante Hernando de Mogollón en la Puerta Nueva. La casa se encuentra muy desvirtuada por las sucesivas reformas a la que ha sido sometida en los últimos siglos. Aun así, podemos hacernos una idea de lo que pudo ser por las dimensiones que presenta, aunque, el único signo de antigüedad y nobleza que en ella se haya sean los hermosos blasones, uno de ellos esquinado, que muestran las armas de Castro, Figueroa y Moraga.

El lucillo sepulcral que alberga el cuerpo del hijo de los fundadores, Sancho de Figueroa (no confundir con el fundador de la Cofradía de la Virgen de la Montaña, algo posterior en el tiempo), en Santiago, es una verdadera delicia: arcosolio renaciente de la autoría de Pedro Gómez, por quien ustedes saben, siento especial predilección, situado en el lado de la epístola.

Y continuando calle Caleros adelante nos deleitamos en la belleza popular de sus construcciones, en la hermosura de sus portadas y sus vanos, algunas sorprendentes por su antigüedad y buena traza, y el pensamiento va hacia otro lado, y vuelve. Cáceres manual y pechero, antiguo centro de la actividad artesana, agrícola y ganadera Cáceres viejo que bien merece pasearlo: Caleros, Villalobos, Sande, Nidos, Cantería, Audiencia, Tenerías, Picadero... Cáceres es aquí eterno y eternos son los recuerdos --ajenos-- que un día, cercano, narré paseando.