Todo empezó un 28 de marzo. El año pasado. Cuando en una radiografía el médico observó una mancha en el pulmón. Aunque en realidad todo había comenzado dos meses antes, el tiempo que el cacereño Juanjo León (41 años) llevaba con un resfriado interminable. Su médico de cabecera le diagnosticaba antibióticos pero no conseguían curarle aquella tos, a la que después se unió un cansacio extraño en él, un joven activo, positivo y deportista. Con una fortaleza muy contagiosa.

«Le pedí al médico que me hiciera una radiografía porque la tos no se me quitaba y porque me encontraba cansado pero se negó, me dijo que lo que tenía era nervioso porque iba a nacer mi hija», recuerda. Tras esto decidió cambiar de médico. El siguiente accedió a realizarle esa placa y el resultado fue un varapalo: le descubrieron una mancha en el pulmón. Todo parecía indicar que tenía cáncer pero aún desconocían en qué parte del cuerpo se encontraba su origen.

Tras más pruebas y una biopsia se confirmó la noticia: sufría linfoma de hodgkin, provocado por una masa en el mediastino, en la caja torácica (es un tipo de cáncer que afecta al sistema linfático). Las células cancerígenas le habían afectado a los ganglios de la axila y al cuello. «Lo peor fue la incertidumbre. Me asusté cuando me vieron la masa en el pulmón pero después me aferré al linfoma de hodgkin. El doctor Bergua -jefe de hematología del hospital San Pedro de Alcántara- me dijo que en Cáceres nadie había recaído y nadie había muerto, solo dos personas, por no cuidarse», señala.

La noticia llegó diez días después de que naciera su tercera hija, Carmen (tiene otros dos de 5 y 7 años). Para su mujer fue muy duro. «He sido el que mejor lo ha llevado de mi familia. Siempre pensé en que mejor que me hubiera tocado a mí que no a cualquiera de mis hijos». Tras el diagnóstico tuvo que someterse a seis ciclos de quimioterapia (eran cada 21 días y en cada ciclo tres días debía estar hospitalizado). Se le cayó el pelo, pero tuvo su recompensa; al cuarto ciclo ya no quedaba rastro de las células cancerígenas en su cuerpo. Con lo que respecta a él, tomó la determinación de, a pesar de todo, continuar con su vida normal: «No tuve efectos secundarios con la quimio, salvo dos días, que estaba muy cansado. Decidí llevar una vida normal y no cambiar nada, de hecho nunca dejé de pensar en mi futuro y en cómo iba a ser mi vida después de todo esto», reconoce.

Aunque sí pidió ayuda a la Asociación Española Contra el Cáncer (Aecc), donde los psicólogos le enseñaron a canalizar sus nervios, algo que viene de serie en él, según dice. Con ellos logró calmarse pero quienes le ayudaron a curarse fueron sus hijos: «en lo único que pensaba era en que quería ver crecer a mis hijos así que me dije, tengo que curarme, no tengo otra opción que salir para adelante». El día 11 se someterá a una nueva prueba para comprobar que sigue curado. Así será. Mucha suerte.