Suena ya por las calles, el parche del tambor a punto de romperse y las trompetas que lanzan su grito al cielo como saeta adelantada... es Cáceres en Semana Santa.

Toda la ciudad está en la calle y los turistas corren tras la procesión.

La noche se conjuga con la magia de la imagen, con el silencio y el murmullo, con la gente expectante y el gentío que pasa; y se da el momento cumbre en que se funden los ánimos y la estética, y la fe aflora y la música solemne hace que el sentimiento se transforme en la propia piel.

No es folclore, no es fachada, es Cáceres en Semana Santa.

Es el pueblo arracimado en torno al Cristo que pasa, detrás de la Madre que sufre y del paso que baila porque quiere subir a lo alto, sin pausa; es en Cáceres, en Semana Santa.

Largas filas de penitentes, velas, mantos y ropajes, todos caminan a la par, la gente mira, los niños corren y a veces se paran sobrecogidos: misterio... ¡Mira! Por ahí va la Virgen... y allí está el romano y... los tambores no paran, las trompetas acompañan y sube ya al fin una saeta, cantada a la Madre de Dios que está acongojada porque su hijo se muere... ¡que se lo matan!

Es Cáceres, en Semana Santa, donde un pueblo se entusiasma y saca su fe profunda, la que adora y quiere, a pasear por la calle, que es suya. En Cáceres, en Semana Santa.