En la ciudad feliz siempre ha gustado mucho sacar los sentimientos al balcón. En Cáceres, uno pregunta al vecino que como está, y el vecino te cuenta su vida, sus anhelos y sus desgracias, pero te lo cuenta de tal manera que los anhelos parecen ya realidades y las desgracias, pequeños contratiempos con gracia. En la ciudad feliz gusta verterse hacia fuera, derramarse en alegrías y exhibir cualquier intimidad gozosa.

Hay un Cáceres que llena los balcones de mantones de Manila, colchas y sabanas de organdí cuando baja la Virgen o pasa el Nazareno, un Cáceres que cuelga crespones negros en las terrazas cuando hay guerra en Irak y carteles de Nunca Máis en las ventanas si se derrama petróleo en Galicia. Hay un Cáceres futbolero que orea las banderas de la patria cuando España se enfrenta a Lituania y un Cáceres estudiantil y cachondo que pega cartulinas en los alféizares de Moctezuma gritando: "No a la guerra y a las vecinas".

Colgar colcha y ajuar

En la ciudad feliz , se saca el cuerpo a la calle y los sentimientos al balcón con cualquier pretexto. Si es Navidad, se iluminan las macetas y se coloca a Papá Noel con apostura de escalador en la fachada de casa. En Semana Santa, se saca del alcanfor la colcha de punto Richelieu y se pende con gracia del mirador y cuando baja la Virgen, se tira la casa por la ventana, nunca mejor dicho, y se saca a relucir todo el ajuar.

Pero ahora es distinto. Esta vez, los de la guerra de Irak y los del fútbol, los de la Virgen y los del Nunca Máis , los cachondos de Moctezuma y los devotos del Nazareno... Todos se han unido para participar en la conmoción colectiva más imaginativa, alegre y sorprendente que ha conocido la historia de la ciudad feliz . La sonrisa se asoma a los balcones de Cáceres y nunca una idea tan sencilla había resultado tan brillante y original.

De pronto, en un par de días, Cáceres se ha llenado de puntos de colores y pasan los viajeros del Alsa por las rotondas de circunvalación y se quedan estupefactos. Y llegan los pasajeros del Auto Res y no salen de su asombro ante tal alarde de círculos de colores alegrando Pinilla, iluminando el Perú, colgando simpáticos en las fachadas de Cabezarrubia y Nuevo Cáceres.

La ciudad feliz se ha puesto a punto y ha quedado preciosa. Jamás, en ningún sitio, se había visto nada igual. Se nota al pasear una alegría contagiosa que se derrama por los balcones. Es la risa del arte, la felicidad del collage colectivo, la originalidad de la instalación vanguardista... Podrá conseguirse o no la capitalidad cultural, pero en la memoria quedarán grabados aquellos círculos de color rojo, verde y amarillo que un día colgamos todos del balcón.

Ahora sí, ahora sí que todos los cacereños se están sintiendo partícipes de una aspiración y un sueño. Porque detrás de cada punto alegre hay un subliminal mensaje de proyecto en común. Hasta los más escépticos se sienten ahora aspirantes al anhelo del 2016. El Cáceres a punto ha involucrado en el reto a miles de ciudadanos: ellos también han puesto su granito de arena. Ya no se trata de una quimera política, sino de un empeño de todos.

Ni en Córdoba, ni en Málaga ni en Tarragona han sido capaces de movilizar de esta manera a las gentes. Y a lo mejor, eso es más importante que la concesión o no del título. Pero es que, además, esta revolución coloreada es muy mediática y permitirá el aldabonazo de aparecer en telediarios y magazines como la ciudad española que se vistió de Arco Iris por culpa de un sueño.

Pero lo que cuenta es que todos, desde los del mantón hasta los del crespón, hemos sacado la mejor sonrisa de la ciudad feliz al balcón del comedor, nos hemos involucrado y podremos presumir algún día de nuestro granito de esfuerzo: "Yo también hice algo para que Cáceres fuera capital cultural".