Una vez al mes, sor Virginia se aparece en la plaza Mayor de Cáceres. Sí, la hermana Virginia, la famosa sor de los parches, que no es santa, pero preside la bandejina cuando toca feria de anticuarios y los cacereños pasean entre viejos muebles, antiguos calendarios, venerables cachivaches y la imagen de la sor.

Hace cuatro años, la plaza Mayor de la ciudad feliz era una vergüenza. Sus fachadas estaban desconchadas y ennegrecidas por el verdín y la dejadez. El suelo empezaba a ser corroído por los regueros sabatinos de orín, alcohol y vómitos. El mobiliario era lamentable, conformando un cóctel de colorines fosforito, una sinfonía de plásticos publicitarios y un cielo garrulo de toldos en hortera technicolor.

El impuesto del gorrilla

Los coches ocupaban cada rincón del ágora cacereño y pagaban un doble impuesto: el recibo de la zona azul y el óbolo del miedo al gorrilla amenazante. Los vecinos escapaban de la plaza y las inmobiliarias colgaban los carteles de se vende sin esperanza ni convencimiento. Para rematar la jugada, diversos contenedores de plásticos coloreados rebosaban de basura en esquinas y rincones monumentales.

Así era la plaza Mayor de la ciudad feliz hace sólo cuatro años. ¿Se acuerdan? Los cacereños parecían asustados ante aquel adefesio urbano y no se atrevían a aventurarse más allá de Pintores salvo si había procesiones, bajaba la Virgen de la Montaña o tocaba funeral en Santiago. Pero el ayuntamiento pareció entender que la plaza de Cáceres era un lugar emblemático y lleno de posibilidades y tomó medidas.

La primera, instalar la bandejina , tuvo más de paletada de pueblo que de genialidad urbana. ¿Se han dado cuenta de que casi todos los pueblecitos extremeños tienen una humilde bandejina en su plaza principal? La segunda, prohibir los toldos, las sillas y los veladores de colorines publicitarios sonó mejor.

A lo largo de estos cuatro años, la plaza Mayor ha cambiado mucho. Para empezar, ya no se celebra botellón , que era la clave de cualquier mejora. Para seguir, se han blanqueado las fachadas y se ha restringido el tráfico a la espera de una peatonalización que caerá por su propio peso. La basura ya no hiere. Las casas empiezan a venderse. Hay proyectos, ¡por fin!, para reformar algunos inmuebles y convertirlos en edificios de oficinas y viviendas.

Poco a poco, la plaza recobra su dignidad. El concejal Santos Parra presentó en diciembre el proyecto de la nueva Ordenanza Reguladora de Terrazas, que se aplicará en la plaza, la ciudad monumental y el casco viejo.

En ella se recoge que las mesas, sillas, toldos y sombrillas habrán de ser de alguno de estos colores: beige, marrón, gris, blanco, ocre o granate. No se permitirán otros materiales que no sean metal, madera o mimbre. Es decir, adiós al plástico. Y en ningún caso llevarán publicidad de marcas, sólo el nombre del establecimiento.

Tras la ordenanza que regula las terrazas, se avecina otra inversión que ennoblecerá la plaza Mayor: se trata de una nueva iluminación que realzará su belleza y destacará sus rincones. A todo ello hay que añadir los esfuerzos de los comerciantes de la zona para celebrar mercadillos navideños o ferias de fin de semana, que una vez al mes se centran en las antigüedades, la artesanía o el trueque.

Quizás falte una feria mensual que se realiza en otras plazas españolas como la compostelana de Cervantes y que se dedica al arte: pintores y escultores se colocan bajo los soportales y exponen y venden su última obra. Sea como sea, la plaza Mayor es el espacio urbano de la ciudad feliz que más ha cambiado en los últimos años y los cacereños lo reconocen: ahora empiezan a asomarse por allí, aunque sólo sea por ver a sor Virginia.