En una nave de la Charca Musia, Víctor Campón da vida a un oficio convertido en excepción. De las paredes del taller de este escultor taxidermista cuelgan grandes cabezas de animales de cazadores, que convierten el espacio en un improvisado museo en el que también se exhiben otros ejemplares de cuerpo entero que impactan por su realismo.

Pero el artista cacereño, de 32 años y que alterna sus visitas a la familia con temporadas en su finca de Argentina, no para de inventar. De familia de taxidermistas, Víctor Campón ha continuado una saga que comenzó su abuelo y continuó su padre, Juan Antonio. Ahora, el pequeño Víctor, de tres años, ya trastea entre barros y figuras bajo la atenta mirada de Lourdes, la bióloga argentina esposa del escultor.

A Víctor Campón la muerte de Miguel Delibes le ha movido a levantar un busto que, fundido en bronce, se exhibirá a finales de abril en la capital cacereña y viajará a otras ciudades como Madrid o La Coruña. "Delibes forma parte de mi infancia. Mi padre me leía sus libros, conozco a sus hijos y siempre he admirado su obra", explica el autor para justificar el porqué de esta escultura, aún en la fase de elaboración. "Es mi forma de rendirle tributo. Delibes siempre estuvo ligado a la caza", añade el artista.

Defender el oficio

Pero las inquietudes de Víctor Campón no se detienen. Su proyecto más reciente es solo una muestra de su defensa de la taxidermia como un arte con el rigor científico que exige el tratamiento de animales muertos. "Hoy por hoy es un oficio denostado. Será difícil que tenga continuidad, aunque creo que quedará en manos de los cazadores", asegura este autor, al que se le ha metido en la cabeza la idea de abrir en Sierra de Fuentes un museo en la que se conserven especies protegidas sin vida para exhibirlas a los ojos del público.

Con visión de futuro y muchas ganas de seguir trabajando, a Víctor Campón le avalan sus estudios de Bellas Artes en Sevilla y el doctorado en Costa Rica. A Argentina le une su pasión por la naturaleza y la oportunidad de perderse a dos horas en coche por la selva. No hubiera pasado desapercibido en un libro de Miguel Delibes.