Hubo un tiempo, allá por los años 50, en que el Club Polideportivo Cacereño subió a Segunda División de fútbol y los más viejos del lugar recuerdan aquella época gloriosa de partidos épicos en Cabezarrubia. Dentro de unos años sucederá lo mismo: sentaremos a los nietecitos en el sofá de casa y les contaremos una batallita increíble: "Cuando yo era joven, hijo mío, vi jugar al Cáceres en la ACB y le vi ganar al Real Madrid".

La ciudad feliz está triste porque no ha sido capaz de mantener a su equipo de baloncesto, icono local durante 14 años, en la élite. Fueron 14 años en los que cada fin de semana, un subidón de autoestima embargaba a los cacereños y nos sentíamos en el mundo porque el nombre de la ciudad se reflejaba en los medios de información nacional. Y hoy, qué le vamos a hacer, si no sales en los medios, no existes. Ahí están los puntinos de colores, que no han salido en el Telediario y no han servido para casi nada.

La culpa es de los demás

La ciudad feliz está triste, pero no se siente culpable. O si acaso, es una culpa colectiva muy cómoda porque permite acusar a los demás y escaparse por la tangente. El Cáceres C. B. es ya un recuerdo y pasará a engrosar el imaginario colectivo de la memoria al que tan aficionados somos en la ciudad feliz o ciudad de los recuerdos.

"Me acuerdo de cuando Los Pekenikes venían a la feria de mayo, me acuerdo del concierto de Dire Straits en el Príncipe Felipe, me acuerdo de cuando en La Machacona se arreglaba el mundo, me acuerdo de cuando Saponi iba a los conciertos de Golpes Bajos, me acuerdo de cuando el Cáceres ganó en Milán a Bodiroga y a Fucka".

Retorna de nuevo la depresión colectiva. En los bares y en las piscinas de los clubs sociales se vuelve a hablar de que esto no tiene remedio, de que todo va fatal, de que en Badajoz inauguran un casino y van a tener centro logístico de transportes y aquí, nada de nada...

En fin, lo de siempre, llorar, lamerse las heridas y entregarse al derrotismo, pero cuando se pudo hacer algo, preferimos dejar que lo hicieran otros. La ciudad feliz es así. Precisamente por eso se disfruta en Cáceres de una felicidad engañosa, porque dejamos que los problemas los arreglen los demás y así parece que no existen.

Y ahora, pues ya ven, volveremos a la grisura de los 70, cuando vino a jugar al entonces pabellón municipal la selección de Kuwait contra el San Fernando y aquello se convirtió en un acontecimiento increíble. O un partido amistoso de la selección española femenina de baloncesto que llenó el pabellón hasta los topes. Y cuando arrecie la nostalgia, cogeremos el extra del ascenso a la ACB que publicó EL PERIODICO y se lo mostraremos a los nietos para que crean en nuestras batallitas.