Sales a la calle en Cáceres, te encuentras con amigos y conocidos y a lo más que te invitan es a un café, una cerveza o una exposición de muebles de diseño. O a una reunión de la secta de la denominada Thermomix. Pero mira por donde, iba yo a comprar acelgas cuando me encontré con Rosa. Sin mas introducción me espetó: "¿Te vienes conmigo a la cama?" Eso es una invitación y lo demás son bobadas. ¿Puede uno negarse a acompañar a Rosa, que cada día está mas cautivadora, a tan reconfortante destino sin pasar por imbécil?

Al fin y al cabo las acelgas, estaría bueno, las puedes comprar mañana, pero lo de la cama lo debes hacer cuanto antes, porque estas cosas hay que hacerlas en caliente. Miré en la cartera, comprobé que aún me restaban dos profilácticos sin caducar y emprendimos la marcha. ¿En tu casa o en la mía? En ninguna de las dos. Caminamos hacia algún tálamo desconocido para mí pero que sin duda sería uno de los muchos lugares en los que según las malas pero hábiles lenguas puedes utilizar una cama para tan gratificantes menesteres.

Llegados al templo del placer me encontré con otras muchas personas a quienes supuse idénticos propósitos que el mío. "Esto es una auténtica bacanal", me dije. "Habrá camas redondas e incluso intercambio de parejas". De pronto estalló la tragedia. Entre la multitud estaba Chelo, muy amiga de mi esposa. A su lado don Marcelo, muy conocido en mi casa. Con lo formal que parecía. Fíate tú de los mosquitas muertas. "Estos se entienden, vienen a lo mismo que yo y por lo tanto no me delatarán para no descubrirse", me dije para aliviar mis temores. Claro que se entendían. Como todos los presentes. "Pues a mU las camas me vienen muy bien para la artrosis". "Pues a mi para la relajación". ¿Para qué me vienen bien a mU?, pensaba yo. Y un coreano me dijo: Para tener otra frustración.