El británico Harold Pinter, uno de los más grandes dramaturgos de todos los tiempos, Premio Nobel de Literatura en 2005, escribió en 1958 ‘El invernadero’ (‘The hothouse’), impresionado por la intervención soviética en Hungría. Esa obra, marcada sin duda por la incertidumbre, ha dado tanto de sí que creadores como Mario Gas la han llevado al teatro. Decía precisamente Mario Gas: «El teatro es incertidumbre y más en un país como el nuestro en el que las circunstancias objetivas siempre van a la contra. Si no estás preparado para la incertidumbre es mejor que te dediques a otra cosa».

De eso precisamente, de la incertidumbre del teatro, es de lo que habla Acapulco, el corto que el director cacereño Daniel Holguín tiene ya en cartera y que cuenta en el reparto con tres grandes, Juan Margallo, Blanca Portillo y Lolita.

Acapulco narra la historia de una compañía que se enfrenta a su última representación cuando Segundo (Juan Margallo), el patriarca, ve cómo el oficio ha perdido la artesanía y la investigación y está ahogado por los gastos. Una de las actrices de esa compañía es un transexual que quiere convertirse en bailaora; Portillo le da vida. Y a ellos se suma una pitonisa, encarnada por Lolita, un personaje recurrente cuando la trama recrea teatros de la época.

Acapulco, de 20 minutos de duración, es una referencia constante en la película: el lugar al que todos dirigen su mente cuando hablan de sus sueños. Acapulco tiene mucho de videoarte, basado en un guión complejo sin una estructura dramática al uso, que llega al espectador a base de sensaciones y momentos de silencio. El corto habla de la pérdida de la identidad como artista. Daniel Holguín ya busca playas en Menorca o Almería para esta nueva creación que llevará a la pantalla ese hothouse del que hablaba Pinter y que luego retrató Mario Gas: actores descolocados en una profesión inestable en la que el único sitio para impulsarse es el arte, aquello que te mata y a la vez te salva.