Cáceres no fue sólo una población agraria y ganadera, con artesanos y escribanos, reconvertida en núcleo funcionarial tras el establecimiento de la Real Audiencia. Cáceres fue, también, una población minera que vivió su propia y particular revolución industrial en el siglo XIX, cuando, en la década de los cuarenta de aquella centuria comenzó la fiebre de los fosfatos. Los adelantos científicos demostraron la importancia que esta substancia tenía como fertilizante. En 1864 se constatan los hallazgos del Cerro de Cabezarrubia y, dos años más tarde, ya se exportaban a Europa.

En 1876 Segismundo Moret, un prohombre de la Restauración se convertirá en propietario de las explotaciones y sería el artífice de la llegada del ferrocarril a Cáceres en 1881. El daría nombre al barrio y también la castiza Calle Cortes se rebautizaría con su nombre. Había surgido, años antes, un primer asentamiento cercano a la entrada de las explotaciones, que daría, más tarde, paso a un segundo, el Poblado Minero que hoy conocemos, con sus calles de trazado reticular, que poseen el doble de ancho que el alzado de sus casas hermosas y aireadas, siguiendo los criterios higiénicos de ciudad jardín, tan propios de la época y que supondrían la entrada en Cáceres del moderno urbanismo que, más tarde, Angel Pérez retomará en las Casas Baratas y en las viviendas de San Blas y el Espíritu Santo.

Dejo las disquisiciones sobre el Poblado Minero que se han expuesto suficientemente en estos últimos meses ante el intento de sus destrucción. Finalmente primó el sentido común y se conservará para las generaciones venideras. Quiero destacar el papel que la Asociación Cultural Aldea Moret, con el idealista Arístides García a su cabeza, ha jugado a la hora de movilizar la opinión pública. Me centro en el objeto de nuestra visita de hoy, la Iglesia de San Eugenio. La existencia de esta barriada alejada del casco urbano y su, ya por entonces, numerosa población, hizo necesaria la erección de una parroquia. El encargo lo hace la diócesis en 1883 a Ruperto Ramírez, y su ejecutor sería Emilio María Rodríguez (el arquitecto autor, entre otras, del Hospital Provincial), y debo decir que no he conseguido averiguar el motivo de la advocación a este santo, Papa en el siglo VII, del que no me consta hubiera previa devoción en Cáceres ni tenga relación con la minería. Si alguien lo supiera le agradecería la información. Es destacable el hecho de que ésta es la primera iglesia parroquial construida en Cáceres desde la erección de las cuatro antiguas (Santa María, San Mateo, San Juan y Santiago) tras la reconquista. El 2 de junio de 1886, festividad del titular, se consagraba el templo, de aire austero y sólida apariencia, situado en el Poblado Minero, junto al camino de Santa Lucía.

El exterior, muy sobrio, enfoscado, presenta una portada de medio punto sobre tres gradas, siguiendo los modelos tradicionales cacereños, cerrada por una puerta lígnea de bastante buena calidad. Sobre ella se encuentra una cruz resaltada de brazos apuntados, bajo un óculo. La fachada se remata con una suerte de frontón achatado, rematado por dos merlones con albardillas que flanquean una espadaña, acompañada de aletones y coronada por frontón resaltado y sobre éste, una cruz metálica. La campana de la espadaña se trasladó aquí sobre 1918 desde la Ermita de San Benito, en el Alcor, de la que hablaremos dentro de alguna semana. El edificio se cubre con cubierta a dos aguas y se sujeta sobre contrafuertes.

Todo en esta construcción, templo de trabajadores, es extremadamente funcional, no dando ninguna concesión al ornato. En una época tendente a los movimientos historicistas no puede adscribirse a ninguno concreto, y si tuviera que verme forzado a hacerlo, lo inscribiría como obra ecléctica, o dentro de un clasicismo riguroso. No sólo conserva la campana de San Benito, sino que otras obras de aquella ermita campestre se trasladaron a este templo ante el progresivo estado de ruina que lo amenazaba.

Así, en el presbiterio se sitúa un retablo dieciochesco de aire rococó, con banco, estípites y columnas salomónicas, rematado en curva. Lo más destacable es la imagen de San Benito, barroca, del setecientos, que representa al eremítico patrón de Europa con el cuervo a sus pies, portando el pan y también se custodia en esta parroquia un relicario argentino de la misma procedencia.

Y pasó otro año, y estos paseos continúan aunque ya están llamando a su fin. Hoy, día de Nochevieja toca hacer balance de lo acontecido y toca, también, hacer los propósitos que nunca cumpliremos. El mío es siempre el recurrente de dejar de fumar. Me temo que mañana cuando me levante, tarde y algo resacoso, encenderé, de nuevo, un cigarro. Empezará enero, el mes consagrado a Jano Bifronte que custodia los años salientes y entrantes, y cuando nos demos cuenta, será otra vez diciembre y todo seguirá igual a menos que todos queramos cambiarlo. Feliz año.