Hay algunos a quienes el cacereñismo les rebosa. Hay algunos que viven del cacereñismo. Hay algunos que explotan el cacereñismo. Pero ¿qué es el cacereñismo? En primer lugar, este cacereñismo es un paletismo esterilizante que se mira el ombligo e ignora todo lo demás, quizás para no tener que admitir que no somos nadie, que hay otras ciudades tan bonitas o más que la nuestra, más cuidadas, más visitadas y con más futuro, que somos pobres en recursos y en espíritu y que se debe a su cacereñismo.

Pero todo eso no importa y contesta con un ¡viva Cáceres!, sin venir a cuento, con un chocar de plamas al son del Redoble procedente de la sensiblería, con una cita a la calle Caleros como símbolo tópico sin contenido, unas palabras sobre la ciudad antigua quizás sin haberla visitado y sin conocer su historia, recuerda cursilandia y marmotilandia como hitos de nuestra historia, acude a los desfiles de San Jorge para ver una pobre cabalgata, pasea por Cánovas una vez a la semana para dejarse ver, presencia una procesión, ríe las gracias de alguien porque es de Cáceres, aplaude los bailes o los cantes de otros porque son de Cáceres, acude a la bajada y a la novena de la Virgen de la Montaña y la cita varias veces, menciona a Nano, Bocatique y Zacarías.

Siempre con la vista en el pasado. Porque este tipo de cacereñismo no sólo no ha producido progreso en la ciudad sino que lucha para que no se mueva y permanezca en una ilusión engañadora originada por su propia incapacidad y miopía. Porque en un Cáceres con la mirada puesta en el futuro, estos cacereñistas serían irrelevantes. En fin, creo que este cacereñismo es la nada rodeado de folclore barato. Y me temo que no saldremos de la nada mientras no liquidemos simbólicamente las señas de identidad de ese cacereñismo.