Hace unos días encontré a un periodista y a un fotógrafo de nuestro periódico en la calle mientras intentaban hacer entrevistas a ciudadanos para sacarles al día siguiente con su opinión y su fotografía.

Habían intentado entablar conversación con más de 15 cacereños y solamente cinco habían accedido.

El resto de los consultados se ofrecían a opinar pero con la condición de que no salieran ni su nombre ni su foto en el diario.

No parece que la pregunta que se formulaba fuera muy comprometedora. "¿Qué opina de la peatonalización de la plaza Mayor?"

Y aunque la libertad de expresión no pasa por sus mejores momentos, la realidad es que en Cáceres la gente no quiere dar la cara ni siquiera en cuestiones tan asépticas como esta.

Porque dar una opinión quiere decir que uno se significa y eso está muy mal visto. ¿Por qué está mal visto? Pues porque quien expresa su opinión se sale de lo típicamente cacereño.

Lo "típicamente cacereño" es exactamente "lo típicamente borreguil". Consiste en seguir la senda por la que marcha el borrego mayor sin incomodar, con la cabeza agachada para no ver nada, la boca cerrada y los hombros siempre dispuestos a ser encogidos, mientras piensa si debe pasear o ver escaparates.

Y si acaso, mandar anónimos. Pero claro, ese que es periodista, ese que es político recibe consejos y exigencias: "Dales caña". No puede haber mayor servilismo.

Pero hay un lugar para el optimismo. El lector habrá observado que los jóvenes opinan y salen en la foto.

De manera que a lo mejor dentro de unos años tenemos una generación de ciudadanos cacereños que son personas adultas, libres, conscientes y con actitudes reivindicativas, con el consiguiente disgusto familiar.

Mientras tanto seguiremos discutiendo si hace más calor en la plaza Mayor o en Cánovas. Eso sí, dejando bien claro que no le estamos echando la culpa a nadie.