El sector de las inmobiliarias no sólo mueve miles de millones cada año, sino que da trabajo a unos 300 empleados que se mueven por Cáceres y la provincia buscando terrenos, pisos y casas, vendiendo, negociando, convenciendo...

"Algunos son gente muy joven con métodos agresivos que cogen una zona y la peinan piso por piso buscando viviendas en venta. Los hay que hasta pagan dinero por colocar un cartel de su agencia en la ventana", comenta Francisco Delgado, que lleva con varios socios la inmobiliaria Maluquer.

Una de las franquicias más recientes en Cáceres es Alfa Inmobiliaria, cuya oficina abrió el pasado mes de marzo y tiene cinco empleados. Carmen y Teresa son dos de sus vendedoras y coinciden en un punto: "En Cáceres todo el mundo quiere vivir en el R, pero la mayoría acaba viviendo en La Mejostilla". En el argot inmobiliario cacereño, el R es el barrio R 66, convertido en la zona más selecta de la ciudad.

A LA MEJOSTILLA

"El R es lo más y los pisos allí están entre 46 y 50 millones. Los compradores van a verlos, intentan llegar, pero se convencen de que es imposible y acaban en lo posible: pagando 18 millones por un piso en La Mejostilla o 24-25 millones por un adosado" describe la situación Teresa con realismo.

¿Pero cómo es el comprador cacereño de pisos? Teresa lo conoce y lo retrata: "Se fija un piso ideal y al principio todo son exigencias. Pero con el paso de los días y la visita a muchos pisos se va centrando, ya sabe a lo que puede aspirar y acaba comprando. Lo mejor para un vendedor es que te llegue un comprador que ya ha visto muchos pisos y sabe lo que quiere. Lo peor es cuando alguien empieza contigo: pateas la ciudad con él y cuando ya lo empieza a tener claro, acaba con otro".

El gran mito inmobiliario es el chollo: ese piso que debe venderse rápido porque sus propietarios se trasladan de ciudad o es una pareja que acaba de separarse. Francisco Delgado reconoce que ya hay pocos chollos, pero recuerda el último: un bajo con piscina en el R 66 por 25 millones. "Se vendió en una semana".

Germán Guillén, propietario de Alfa, cree que el precio del piso lo fija la prisa del propietario en venderlo. "El precio justo de una vivienda lo marca el tiempo". Como si de una jugada de naipes se tratara, el vendedor pide, el comprador contraoferta, el agente inmobiliario maneja la puja, el vendedor resiste, el comprador deja pasar el tiempo, el vendedor da vueltas en la cama preocupado porque no llegan ofertas. Por fin baja el precio y se firma la operación.

En el trato, la inmobiliaria negocia con los bancos, gestiona las escrituras en notaría, hace contratos, recoge señales, va al registro, se asegura de que no hay cargas y en algunas agencias como sucede en Alfa, hasta hace un seguro por 20 años al comprador contra sorpresas ocultas. Sin embargo, la imagen de las inmobiliarias no es todo lo buena que sus gestores desearían.