Torrejoncillo pisó muy fuerte en el pasado. El gremio artesanal de los zapateros llegó a estar compuesto por 600 trabajadores distribuidos en unas veinticinco fábricas, hasta que fue decayendo tras la Guerra Civil. Hoy, a excepción de algunos maestros que siguen trabajando en sus domicilios por encargo, solo queda la fábrica de Alejandro Roso Bravo. Es la quinta generación de una larga saga que ha trasladado las técnicas de padres a hijos. Desde niño, Alejandro se escapaba al taller de su abuelo cada vez que podía, luego ayudó a su padre y ahora está prácticamente al frente de la producción codo a codo con su progenitor.

"El calzado que se hacía en Torrejoncillo era sobre todo para el campo, unas botas fuertes de tres hebillas que aquí llamamos 'borceguín', de piel de vacuno, que nosotros seguimos fabricando y que se utilizan para los bailes típicos de la localidad", explica. Los artesanos tradicionales no se atrevían con colores ni con otros diseños porque exigían un esfuerzo no siempre rentable. "Cuando entré en el oficio empecé a hacer cosas nuevas, variantes sobre los zapatos de siempre pero con otros diseños y tonos", relata.

DISEÑADORES Y FIRMAS Con el tiempo, la buena predisposición y la creatividad de Alejandro hace que diversos diseñadores y firmas de moda se hayan fijado en su negocio de Torrejoncillo para encargarle trabajos exclusivos y muy concretos (calzado y recientemente bolsos). Su fuente principal de ingresos sigue siendo la venta de su propia marca, 'Calzados RosBrav', a tiendas tradicionales repartidas por el país (Barcelona, Madrid...). Cada año produce unos dos mil pares de zapatos y atiende otros encargos como la producción de ibicencas de calidad para cierta fábrica española. Alejandro, siempre discreto con sus clientes, lo tiene muy claro: "Hay que llegar a todos los frentes porque de otra forma es difícil vivir de esto", confiesa.

Con esfuerzo y trabajo, Alejandro recibió la noticia más sorprendente hace unos años, cuando el prestigioso diseñador Antonio Alvarado le pidió que calzara su colección en la edición 2010 de Madrid Fashion Week (pasarela Cibeles), uno de los grandes museos internacionales de la moda. Las modelos desfilaron con uno de los tipos de sandalias más antiguos del muestrario de Roso. El diseñador alicantino, que ha vestido a personajes como Mecano, Alaska, Rossy de Palma, Bibiana Fernández, Luz Casal, Demi Moore o Antonio Banderas, y tiene une extenso currículo en el mundo de la moda (director de arte para Antonio Miró o comisario de importantes exposiciones), se puso en contacto ese verano con Alejandro Roso Bravo interesado en concreto por el modelo 151-C que fabricaba.

A Alejandro le sorprendió que un cliente preguntara por un número de referencia y no dudó en remitirle unas muestras. Antonio Alvarado quedó conforme y decidió incorporar el calzado a su desfile en Cibeles, si bien pidió que tuviera menos brillo. Entonces el artesano optó por poner la piel del revés. Alejandro aún recuerda su visita a Madrid invitado para seguir el desfile en directo, las felicitaciones que recibió y sobre todo el orgullo de ver la artesanía de Torrejoncillo en semejante templo del estilo.

Tras aquella experiencia, Alejandro sigue echando horas y horas cada día en su taller. Su calzado es montado y cortado siempre hacia fuera. Combina el proceso manual con máquinas de apoyo de más de cincuenta años, "aunque si el cliente lo pide podemos hacerlo todo a mano". Utiliza piel de vaca de primera calidad que adquiere en Palencia. Prefiere el color natural de la propia piel, especialmente el marrón claro, pero también trabaja con rojos, verdes y otros tonos conseguidos mediante pigmentos naturales que acaban completamente integrados en la piel y envejecen con ella. En algunos encargos le solicitan la utilización de pieles curtidas con sustancias químicas. "Son buenas, la verdad, pero personalmente no las uso en mi marca de calzado", subraya.

Las suelas también han evolucionado. Antes empleaba un material idéntico a las ruedas de coches y ahora una goma llamada 'pies de gato', la misma que usan los escaladores.

Entre materia prima y tiempo invertido en su finalización, un par de zapatos 'RosBrav' cuestan una media de 80 a 100 euros. Por ello, Alejandro Roso Bravo sabe que hay que buscar nuevos diseños y dar rienda suelta a la creatividad para poder vivir de estos trabajos. "Innovar no es difícil, el problema es venderlo, conseguir que la gente lo valore, de ahí que muchos artesanos no se atrevan a dar el paso a cosas nuevas", afirma. El mismo lo experimenta cada día con su propio calzado. "Vas al mercado y hay zapatos más baratos, pero los materiales no tienen nada que ver", subraya. Es el precio de las técnicas tradicionales y de los buenos acabados.