La Calle de los Condes, así llamada por los Condes de Adanero, es amplia para estar intramuros, únicamente la Calle Ancha la supera en dimensión. Serena y apacible, invita más que al paseo, a la parada, al reposo. A un lado de ella una construcción demasiado desvirtuada que levantó el Marqués del Reyno y que albergó --hasta hace algún año-- servicios territoriales de la Junta. Estuvo unida al palacio de los Golfines de Arriba por la Calle Olmos, y dicen que en este caserón vivía la famosa gitana Carmen Campos, amante del Marqués, cuando no estaba en el Castillo de la Arguijuela de Arriba.

En el otro lado de la calle se sitúa el Palacio de Roda, de proporciones muy notables y que ocupa toda la manzana. Al igual que su vecino Golfines de Arriba, el actual palacio es la suma de dos construcciones diferentes, por una parte, la que tenemos ante nuestros ojos es el antiguo Solar de los Ulloa, Señores de Pajarillas y la que se sitúa en nuestro lado opuesto es el Solar de los Sande, Señores de Valhondo. La zona correspondiente a las casas de los Ulloa está profundamente reformada en su exterior, muy decimonónico y que no contrasta con las reformas que ya vimos en Golfines. Grandes vanos, esgrafiados y alguna lápida romana en la fachada son sus características principales. Ya les hice ver la deliciosa ventana de transición neoclásica cuando pasamos viniendo del Postigo de Santa Ana.

Un hermosísimo patio

El interior alberga un hermosísimo patio columnado a dos pisos, el inferior de mayor altura que el superior (acristalado éste) y ambos con columnas de orden jónico y blasones de Saavedra, Ulloa y Carvajal, que nos hablan de los entronques de la familia.

Los Ulloa son una de las familias más antiguas de Cáceres y la única que permanece en la ciudad conservando el apellido, ya que el resto de las grandes familias se extinguieron por línea masculina con el transcurso de los tiempos o se desarraigaron de la población.

El primero que vino a la villa fue Sancho Sánchez de Ulloa, Señor de Castilnovo en el siglo XIV. La línea de los Señores de Pajarillas se inicia en el siglo XVI con el matrimonio de Alvaro de Aldana Ulloa, de los Señores de Castillejo, con Beatriz de Saavedra. Posiblemente el solar del actual palacio fuera ocupado por casas de los Aldana. Sus descendientes fueron Marqueses de Castro Serna y Condes de Adanero. La línea primogénita se trasladó, como dije, al Solar de los Ovando Rol en el Postigo de Santa Ana y esta casa pasó a la línea segunda, la de los Vizcondes de Roda, actuales propietarios. La pasión artística del VIII Marqués de Castro Serna también queda patente en el interior de esta casa, custodia de parte de sus espléndidas colecciones.

Nos encaminamos hacia la Plaza de San Mateo y giramos a la izquierda para contemplar la otra mitad del palacio y su elemento más significativo al exterior, la Torre de Sande, que toma el nombre de la familia que la construyó. Durante tiempo (y aún pervive el error) se la denominó Torre de los Plata. Cierto es que una familia de tal apellido existió en Cáceres, pero, en ningún caso, tuvo ningún tipo de vinculación con este solar de los Señores de Valhondo, como atestiguan los bellísimos escudos de Sande y Ulloa en alabastro, enmarcados en cantería. El de Sande es especialmente bello, orlado con jarretera, cordón y borlón, y su águila se encuentra contornada, con el cuello girado hacia las armas de Ulloa, en signo y señal de cortesía, porque, a una dama no debe darse la espalda. Son las armas de los fundadores, Juan de Sande, Señor de Valhondo y Teresa Alvarez de Ulloa, su mujer. Caballeroso debió ser el de Valhondo ante tan cortés gesto, habitual en otras heráldicas, pero no en la cacereña.

Una impresionante torre

La alta torre no necesita más comentario que su contemplación. El espectador verá que es casi gemela de la de los Cáceres, con ligeras variaciones. Más vanos se abren sobre ésta que sobre aquélla y su ventana de ajimez es pura delicia. Airoso, orgulloso su matacán y extraño el cerramiento de tejas. Otra familia que desafió la eternidad, frente a su propia capilla de San Mateo, trazada por Gil de Siloé con recuerdos del Vignola.

La fachada original del palacio es uno de mis rincones preferidos. Escondida tras una tapia, forma hoy parte del restaurante que recibe el nombre de la Torre y que ocupa los bajos de la Calle Condes, dando vida a la ciudad intramuros. Blasones, inscripciones, lápidas, pozo, fuente e --incluso-- un reloj de sol romano. Merece la pena que tomen un respiro, se olviden de las prisas y disfruten de las delicias de su cocina, dejándose llevar por los sentidos y contemplen cuanto les rodea, pierdan la noción del tiempo y recuerden a Rubén Darío: el jardín puebla el triunfo de los pavos reales...