Uno de los cuentos más originales y divertidos de aquel entrañable escritor danés que se llamó Hans Christian Andersen, fue el titulado El Traje nuevo del Emperador, en el que, como en casi todos los que escribió, trató de resaltar las cualidades más sobresalientes de sus personajes para que fueran paradigmas de amor, dignidad, encanto… ¡o ridículo¡ para los jóvenes que los leyeran; y así convertir en lecciones lo que no eran más que relatos sobre situaciones curiosas, sorprendentes o divertidas.

Debe ser cualidad destacada de todo mandatario -sea jefe, presidente honorario o antiguo jerarca- el considerarse superior a sus subalternos, aunque no sean emperadores ni monarcas. Rodeándose por ello de numerosos ‘sastres’, consejeros y asesores -como se les llama ahora- para que ensalcen sus torpezas hasta convertirlas en cualidades; prometiéndoles que si siguen sus consejos llegarán a lo máximo de poder y admiración en el menor tiempo posible.

El sastrecillo asesor del Emperador del cuento prometió a éste hacerle un traje nuevo tan admirable que cuando le vieran sus vasallos quedarían asombrados por su originalidad y belleza; y se sentirían mucho más encantados por la elegancia política y la transparencia de su soberano. Promesas éstas que, sin duda, son las mismas que los cientos y cientos de ‘sastres asesores’ que rodean a los gerifaltes españoles -a los responsables del gobierno central y de los reinecillos autonómicos- hacen diariamente a sus protectores, a los que auguran triunfos electorales aplastantes si siguen sus consejos y visten sus trajes.

Finalmente, los heraldos anunciaron que el Emperador luciría su nuevo uniforme, montado a caballo, en un ostentoso acto público -mitin o manifestación- en la que estarían sus ministros y lacayos, sus criados y servidores; incluso el Jefe de su Gabinete, a quien él mismo había nombrado por los más puros procedimientos ‘dedocráticos’, como lo hacen todos los Emperadores que se precien. Tan destacado acontecimiento se haría coincidir con algún congreso del partido para que todos vieran que el Jefe seguía siendo el Jefe, y que no existían disidencias ni rebeliones contra su figura.

En el jocoso cuento de Andersen, el Emperador se presentó completamente desnudo al solemne desfile-mitin; pues el sastre le juró que el traje nuevo estaba hecho de un tejido mágico, muy brillante y sutil, que él no podía ver por su carácter cuasi divino; pero sus vasallos chillarían y aplaudirían a su jefe por su elegancia y porte.

La verdad es que los asistentes al acontecimiento se estaban partiendo de risa y de asombro al ver a su Presidente o Emperador en ‘carnestolendas’ carnavaleras sin ningún recato ni pudor. Pero, entonces, como ahora, entre sus admiradores y detractores empezó una retahíla de desacuerdos entre los que elogiaban la ocurrencia y la oportunidad de su secretario general para desnudarse -demostrando transparencia y sinceridad- y los que consideraron aquellas ocurrencias del sastre como muestras de desvergüenza política y desfachatez. Entonces, algunos de los más allegados creyeron oportuno hacer unas «primarias» para solucionarlo.