Santiago Moreno, jefe de fábrica, se echaba las manos a la cabeza mientras los muros de su empresa se hacían añicos. Apenas podía hablar: "Esto es una ruina. 33 hombres a la calle --decía--. Después de lo que nos ha costado levantar esto. Llevamos 11 años aquí. Esto funciona por los pedidos de los clientes, si no llegan los pedidos, los clientes se nos van". A su lado, algunos de los 33 trabajadores aseguraban: "Esto es una putada. ¡Para una empresa que funcionaba como Dios manda!". Y otro añadía: "El viernes cerramos todo y la refrigeración de las máquinas funcionaba. ¿Qué coño ha pasado?".