Mañanita luminosa de invierno. Fuimos a barzonear un poco por las nobles piedras y calles de Turgalium. Esa noble villa está ya a un par de tiros y, sin embargo, qué poco nos entretenemos, al aire de las estaciones, por los andurriales del viejo y adorable Trujillo.

El motivo, razón y causa era que acompañábamos a un reciente familiar, natural de aquella otra nuestra patria, que es, o va siendo, a fuer de años, la bahía santanderina. ¿Y a qué ton eso de Truxiello?

Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, lo nombra así en El Libro de Buen Amor. No sé, porque hoy, con estos tiempos de enseñanza rastrera y de educación para no sé qué monserga, leer y estudiar a los clásicos parece oficio vetusto y tarea mohosa, más propia de retrógrados dinosaurios. Así nos va-

Bueno, pues en la batalla de Don Carnal con Doña Cuaresma, el Arcipreste nombra Cánceres (Cáceres) y Troxiello (Trujillo), ya en el siglo XIV, nada menos.

Dejamos el auto en su estacionamiento y caminamos hacia San Francisco, previo cafelito en "La Isla del Gallo". Apostaría lo que fuese a que ningún bachiller, hoy, me contaría el suceso de la famosa isla. Dudo de que hayan oído hablar de las penalidades de unos cuantos españoles, dejados de la mano de Dios, y de uno en especial que les dijo, trazando una raya en el suelo: "De aquí, hacia atrás tenéis-.y de la raya en adelante os esperan-.", etc.

El está allí, en la plaza, yelmo enarbolado sobre la armadura ecuestre, mirando la eternidad. Le cuento al visitante un poco lo de la subida a los Andes, de la jornada de Cajamarca, del Virú, el Rimac, Huascar, Atabaliba, el Manco Capac, el conflicto con Diego de Almagro, aquella muerte a espada, en fin, tantas cosas e historias.

Entramos en el Parador a respirar esa serena quietud del claustro y hay un susurro constante de siglos, una urdimbre ineluctable entre piedras y maderas nobles. Qué descansada vida la del que huye-.

Por La Troya ha pasado medio mundo, claro, y el visitante contempla tantas caras famosas, par de la mujerita, que en paz descansa. Subimos despacito por la Puerta de Santiago y es ya un desasosiego por no saber donde poner los ojos. Dinteles, arcos, escudos, la casa de Don Gonzalo, la muralla exterior, todo el panorama del llano-el visitante pregunta y pregunta: "¿Pero cómo es posible todo esto? ¿Y aquello qué es, y aquella sierra?" "Eso es Huerta de Animas, el berrocal trujillano, aquella es Santa Cruz de la Sierra, la de Nuflo de Chaves, etc". "¡Qué barbaridad, hombre, qué barbaridad! ¡Esto es una maravilla! Por ahí no se conoce apenas, pero cómo es posible-"

Hemos bajado camino de la despedida y tomamos unas cañitas en el bar del Café del Teatro. Una gentil dama le explica al visitante lo que son las riquísimas moragas. Nos vamos, Truxiello magnífico. Los pasos por tus cuestas empinadas y por el sosiego de toda esa carga de evocación e historia son un bálsamo para el alma velocísima de estos tiempos apresurados.

¿Y la caza qué?

Estuve puesto en el Canchal del Moro, con un frío de mil demonios; pero la zorra pasó larga, fuera de tiro, y no hubo lance. La caza es así.