La Historia de la Iglesia es una disciplina apasionante. Después de Pentecostés los sucesores de Jesús comienzan a construir la Iglesia, y así hasta el siglo XXI. Veintiún siglos de historia dan para mucho, para mucho bueno y para mucho malo. Mucho trigo y mucha cizaña. Pero hay que conocerla, hay que leer, investigar y pensar, no te conformes con lo que te digan.

En estos XXI siglos ha habido personas espectaculares, verdaderos genios de la sencillez y de la humildad, que dieron origen a obras impresionantes, que supieron estar a la altura. Pero también ha habido verdaderos ‘cafres’, que solo se represaban a ellos, pero que hicieron tambalear a la frágil barca de Pedro. Menos mal que el Espíritu estaba ahí y los primeros ganaron por goleada.

Pero ¿a qué viene esto? me diréis. Fíjate que han pasado cosas, como os digo, pero lo que nunca había pasado, es que todos los miembros de una Conferencia Episcopal hubieran presentado su renuncia al Papa. ¿Y eso?, pues sí, hace unos días todos los obispos de la Conferencia Episcopal de Chile han puesto sus cargos a disposición del Papa Francisco.

Ya sabíamos que al Papa no le tiembla la voz a la hora de denunciar unas cuantas cosas de la Iglesia: los abusos a menores, la transparencia económica y los chismorreos, las habladurías y las medias verdades de ciertos sectores eclesiales.

Y por ahí va este asunto tan doloroso. Los obispos chilenos se han visto obligados «pedir perdón por el dolor causado a las víctimas, al Papa, al pueblo de Dios y al país por nuestros graves errores y omisiones».

Pero, es que antes que se produjera esta dimisión conjunta, el papa les había escrito un documento durísimo en el que les decía: «Confesar el pecado es necesario, buscar remediarlo es urgente, conocer las raíces del mismo es sabiduría para el presente-futuro». Y al mismo tiempo Francisco desenmascaraba «esa psicología de elite o elitista donde en lugar de evangelizar, lo importante es sentirse especial, diferente de los demás. Mesianismo, elitismos, clericalismos, son todos sinónimos de perversión en el ser eclesial».

Bien por Francisco, porque como San Pablo, se cree aquello de que «Por amor a Cristo me gozo en las debilidades... porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12,10).