TQtuién guardará memoria de aquel paisaje idílico de antaño, allá donde la vieja carretera se cruzaba con el río?... Las curvas del Tajo, el parador de la Magdalena, el cámping, el viejo puente de Alconétar-Turmulus.

Hemos merodeado por las orillas de esa mar oceána interior que ha determinado tanto nuestras vidas. Años después de que las aguas fuesen inundando los parajes de nuestra infancia, alguien intentó un poblamiento de ocio en un espigón de tierra que se aventuraba aguas adentro. Duró unos años, pocos, la vida de la Península; y al cabo apenas pueden ya vislumbrarse los restos de la casa, comidos por el barzal de las estaciones.

Allí cerca llega el fragoso trazado de la Delapidata, la Vía Plata, y se sumerge hacia los fondos del embalse silencioso. Trazamos el camino en torno al lago de la memoria y fuimos allá, a la orilla norte, donde vuelve a salir la vía romana, camino de las alturas del Cerro Garrote.

Plácida mañana de julio, en la que las recias calmas de estos ardientes veranos nos dan una tregua de suaves temperaturas, muy propicias, sobre todo en las primeras horas, para deambular en torno, y en pos, de los testigos del pasado remoto.

En algunos puntos de las orillas del lago, que guarda a Turmulus en su seno, puntas de pescadores pacientes. En los terrenos de las colinas, previos al llano del Tamujar, donde mora Mantible, casas de campo y sus habitantes, que disfrutan de la paz del paraje sereno.

Y en un punto determinado, la nota sentimental y un apuro de melancolía: el trazado de la vieja carretera, aquella que corrimos tantas veces en aquellos cochecitos débiles de antaño, cuando, niños, veníamos a la capital desde el regazo materno para someternos a la disciplina de la formación, los estudios, el internado y en fin la vida nueva. ¿Recordáis el desgarro de Daniel el Mochuelo, personaje de nuestro querido Delibes, cuando sus padres lo mandan a la capital para los estudios? Pues el mismo.

La vieja carretera. Y en la vieja carretera, en el talud de la misma, la mismísima estructura del camino romano, las piedras grandes de la base, las capas de grava, el encachado y la rodadura de jabre. ¡Hay tanto que ver en esos campos de soledad!

Pasamos por Miraltajo, un gracioso intento holandés de poblamiento. ¿Holandés? Pues sí. Resulta paradójico que tengan que venir desde tan lejos para apreciar la belleza enigmática de las tierras en torno a Turmulus. Y el otro lado de la carretera, la varga fragosa que asciende hacia los altos del Garrote.

Nuestro amigo y maestro J.G.M. nos explica que ese trozo feraz e imposible de camino no tiene nada que ver con la Delapidata. Los romanos eran mucho más listos y no hacían caminos tan burdos; pero al final del ascenso penoso confluimos de nuevo en la calzada y ¡qué esplendor de trazado sobre las altas tierras del páramo, derrota del Puerto de los Castaños!

A la izquierda de la calzada, el teso del Garrote nos mira con aires de eternidad. En una esquina del mismo, un promontorio de pizarras nos llama la atención. Un día de estos hablaremos de historia, o de prehistoria. ¿Por qué a lo largo de la Vía Delapidata se encuentran tantos restos de dólmenes?....¡Morituri te salutant!