En el barrio todos le llamamos Chiqui. No le va nada ese apodo, porque él es algo ancho de costado a costado y da unos 170 centímetros de pies a cabeza. Nunca le preguntaré cual es su verdadero nombre, me saben mejor los apodos que los nombres completos, porque suelen ser aplicados por decisión popular o inventados por alguna mente ingeniosa. Los vecinos del Residencial el Vivero tenemos bien grabada en la retina la imagen de ese hombre orondo avanzando a paso lento por las aceras de las calles del barrio, manos entrelazadas a la espalda y mirada vigilante y decidida, dispuesta a atrapar cualquier suceso que desdibuje el boceto trazado por la calma del barrio.

Chiqui ha visto crecer el barrio, ha ido viviendo sus fases de desarrollo día a día, ladrillo a ladrillo, persona a persona, hasta que el barrio se ha formado en su totalidad. La constructora encargada de realizar el proyecto le encomendó la vigilancia de sus obras desde el principio y es por ello que Chiqui conoce el barrio mejor que nadie. Pronto dejaremos de verle merodeando alrededor de sus obras y hablando con algún vecino deseoso de cháchara. Aquí se termina el corte y quizá le llevarán a custodiar otros ladrillos y otros sacos de cemento de nuevos barrios en construcción. Y a lo peor este barrio pierda parte de su tranquilidad, porque la presencia de Chiqui seguramente ayuda a evitar que se produzcan algunos incidentes poco deseables.

Parece que Chiqui rememorara la figura del sereno que antiguamente existía en los barrios de las ciudades, y que, sin ser policía, alertaba a estos tocando un silbato cuando se producía cualquier percance. Puede que fuera efectivo recuperar para los barrios este tipo de vigilante que intentara persuadir a los malintencionados. Seguramente no existirían tantas fachadas guarreadas con aerosoles --no me refiero a los graffitis, porque el graffiti no tiene nada que ver con esos garabatos chapuceros--; seguramente las flores crecerían sin miedo a ser cortadas sin aviso previo; los columpios serían respetados y los niños podrían disfrutarlos sin descanso.

Seguramente los vecinos que se sintieran solos tendrían con quien charlar un rato y así se alejarían por un momento de su soledad.