El local no tiene nombre, pero sí tiene licencia de bar especial. Antes se llamaba El Duque, como la plazuela vecina. Ahora sólo anuncia que admite tarjetas de crédito. El resto es un misterio: ni neones, ni carteles, ni un miserable luminoso de cerveza...

El interior no se ve desde la calle y hay que franquear unas puertas batientes para entrar. El ambiente es desolador, más frío que una morgue siberiana. La barra está al fondo, bajo un arco abovedado y blanquiazul. Dos muchachas extranjeras se sientan en sendos taburetes y dos caballeros sesentones y bigotudos sueltan grandes carcajadas y parecen felices con los arrumacos de las chicas.

Nos miran los cuatro. Nadie atiende la barra. Parecen cohibirse. Salimos a la calle. En la plaza Mayor, un hombre chapurrea una pregunta en inglés: "Sex Bar, please". Le señalamos la calle Ríos Verdes: "Sex bar La Cueva, un clásico". Pero nosotros buscamos los nuevos locales cacereños del sexo.

Chicas y militares

Entramos en La Machacona, hace nada referencia de la movida, hoy, según denuncian los vecinos, referencia del alterne. De nuevo las puertas batientes que impiden ver desde la calle. El local es más agradable: paredes de color asalmonado, luces cálidas, un billar a la izquierda, una barra a la derecha, unas chicas, dos militares. Entablamos conversación con ellos. "¿Pero tíos, de verdad que en estos locales hay tomate?". Se acercan a un panel de corcho donde cuelga el anuncio de un taller de teatro.

"Aquí en el Duque tomas algo, quedas... Después te tienes que buscar la vida", aclaran. La vecina de al lado ya se ha encontrado a parejas buscándose la vida en la escalera. Ha denunciado el caso en la policía y en Sanidad.

Cualquier ciudad que se precie tiene su barrio chino. Pero la ciudad feliz nunca ha estado dispuesta a claudicar en ciertas cosas y la tradición viene de largo. Ya los Reyes Católicos publicaron una orden en 1491 para que se construyeran en Cáceres unas casas de lenocinio donde las actividades putescas no molestaran a los vecinos.

Hasta el año 1612, la vivienda de Gil Cordero (hoy capilla del Vaquero) fue una guarida de rufianes y pecadoras. Ese año, un grupo de personas devotas presionó al ayuntamiento, que acabó comprando el garito para destinarlo a ermita.

A finales del XIX y principios del XX, la modernidad y el progreso enriquecieron la nómina prostibularia cacereña con pupilas tan renombradas como la Roja, la Buñuelera, la Cuerva o Rufina la Viuda, que ejercían en lupanares como El Tirirí, El Pernil de las Doncellas, La Cuca y la Truca o La Teta Negra.

Llegó, en fin, a existir un enjundioso barrio chino en la calle San Felipe, tras el párking Obispo Galarza. Pero en 1950 se instaló en Cáceres el obispo Llopis Ivorra y acabó con el barrio lupanario. En 2002 hubo un intento de resucitar el barrio chino y en la calle Margallo abrió un bar sandunguero y caribeño. Se llamaba Mariza, pero de nuevo la presión de las fuerzas vivas de la zona acabó cerrándolo.

Monjas escandalizadas

"Ahora quieren que estas calles del final de la plaza pasen de ser el urinario del botellón, a convertirse en el barrio chino de Cáceres", denuncia Victoria Blázquez, dueña del hotel Castilla, en la calle Ríos Verdes. Ha recogido más de 100 firmas de vecinos y comerciantes y las ha entregado en la alcaldía. "Las monjas de Cristo Rey también han firmado porque están escandalizadas".

La última noticia llegada a la plaza ha activado las alarmas: el dueño del bar Pingüino de la calle Parras (famoso por sus sexisubastas con naipes) está buscando un local por la zona para trasladarse y completar el ambiente. Pero la ciudad feliz ha reaccionado a tiempo: el nuevo meretricio cacereño tiene sus días contados.