El viernes pasado se celebró el Febrero. Una tradición recuperada por la Universidad Popular que merece más atención. Por ejemplo, que se corte el tráfico en la plaza Mayor durante los actos. Estuvo todo el que tenía que estar. En primer lugar Saponi para discursear. Después, Franquete para recoger material. Y como hacía falta alguien que se lo contara a los lectores allí estaba yo. Y es que si no estamos los tres es como si no fuera una fiesta cacereña.

Comienza con un paseillo desde la sede de la Universidad Popular hasta la plaza. Lavanderas de todas las edades, aguadores sin tener en cuenta el carné de identidad, cestos de coquillos y cánticos acompañados de una charanga. Ya en la plaza se quema el pelele, se degustan los dulces y el aguardiente, se curiosea y se comenta. Y se escucha al alcalde.

Hacía Saponi un recorrido por los antiguos lavaderos cuyos nombres iba señalando ante los recuerdos de algunos y el desconocimiento de muchos cuando se escuchó la voz de una señora, emocionada sin duda y un tanto pastosa debido a que tenía la boca llena de coquillos, pues aún no había comenzado a repartirse el aguardiente. "¡Vivan las lavadoras!" exclamó.

Qué razón tenía. Probablemente aún recordaba los paseos al lavadero, al río si era de pueblo como yo, con la banasta en la cabeza y en el regazo, el esfuerzo de restregar contra las piedras, el jabón casero, la faena de tender la ropa al sol para que a la par que se secaba también se blanquera, la vuelta a casa y la plancha de brasas. Pero resulta que el agua comenzó a llegar a las casas, le acompañó la luz y de repente apareció un aparato que hacía la tarea por si solo. ¡Viva la lavadora!. Y la vitrocerámica, el frigorífico, la fregona, si es eléctrica mejor, la cafetera y hasta la thermomix.