Esto del verano playero es bastante moderno. En nuestra infancia solamente veraneaba quien tenía familiares en algún pueblo. O una finca en La Montaña o alrededores. Luego algunos iban a Hervás o a Figueira da Foz. Todos los demás veraneaban en Cáceres. Era un castigo, pues no existían los frigoríficos ni el aire acondicionado ni el tinto de verano.

El día se pasaba como se podía, o sea sudando, con un pañuelo en la mano. Pero las noches eran peores. La gente salía a las terrazas y balcones a la espera de que se moviera el aire y les refrescara. Pero ya se sabe que eso pasa algunas noches y ya de madrugada. El personal salía a la puerta de casa, se conectaba con Radio Andorra y el griterío de los chiquillos jugando al veo, al escondite, a tirable, a los médicos o a las cuatro esquinas. O cantando ("un bimbóm de la vera verancia, me encontré con...", que cantaban las chicas para sortear los juegos o "los hermanos Pinzones eran unos mari...neros", que cantaban los chicos). En otras ocasiones, se emprendía un paseo por los campos próximos. Paseo Alto, carretera de Salamanca, Rodeo, San Blas. Y, naturalmente, Cánovas. Antes y ahora hay que ser precavidos, ir con tiempo y correr para coger sitio en un banco.

Porque somos muy dados a las sentadas gratuitas y preferimos aposentarnos en un banco municipal que en una silla de una terraza. De ahí que algunas terrazas impidan el acceso a determinadas mesas a partir de las once, no sirvan café, ni pinchos que no sean patatas fritas o panchitos y cierran el establecimiento a las doce. Eso lo cuentas en Salamanca o en Córdoba y no te creen. Pero es la realidad.