Cerca de Fuente Concejo, frontera a la muralla, se alzó la ermita de San Marcos el Viejo, donde, según la tradición, se celebró la primera misa tras la definitiva reconquista de la Villa por Alfonso IX. Los ruinosos restos del templo fueron derribados en 1964, por amenaza de desplome, pero se conserva, sin embargo, un excepcional testimonio, un dibujo de Gustavo Hurtado de 1896, en el que se observa una construcción de única nave, en la que se abrían vanos arquitrabados, con techumbre a dos aguas y ábside circular.

Al otro lado de la Ribera y, subiendo ya hacia la Montaña, como comienzo de una vía sacra, jalonada de pequeños oratorios devocionales hasta llegar al santuario de la Montaña, nos encontramos otra ermita dedicada al mismo santo, San Marcos el Nuevo, aunque es conocida por su diminutivo, San Marquino. Se preguntarán cuál es el motivo de la profusión. La respuesta podemos hallarla en que San Marcos es el patrón de León, el reino que reconquistó Cáceres, y no sería descabellado que el ejército leonés se asentara en la falda de la Sierra de Mosca a modo de atalaya desde donde contemplar la sitiada Qazris, que sería muy distinta a lo que hoy conocemos: mezquitas, zoco, medina... un perfil que un cacereño de hoy no identificaría con Cáceres, a no ser que reparara en la cerca.

La ermita se halla entre medianeras, estando parcialmente oculta su fachada por el avance de una casa vecina. Lo más antiguo que presenta al exterior (ya que fue profundamente reformada en el XVIII, arruinada y recuperada hace pocos años) es la portada de cantería, de arco moldulado y levemente apuntado sobre el que se dispone un óculo, todo ello enmarcado por un gran arco granítico que reposa sobre ménsulas. Como es tradición en las ermitas cacereñas, sólo la cantería no está cubierta por la cal. El interior, bajo cubierta a dos aguas, es de una única nave y alberga la imagen del evangelista titular. En su día salía en la procesión de las Letanías Generales, a la que asistía el Concejo y se cerraba con el toro de San Marcos

Continuando camino, nos encontraremos, en el primer repecho de la subida hasta la cumbre, con la ermita del Amparo, fundada en el siglo XVII por Diego Durán de Figueroa. Fue de la Ilustre y Real Cofradía de la Soledad y Santo Entierro y hoy tiene en ella su sede la Cofradía del Amparo que procesiona su doloroso Nazareno la noche de Martes Santo. El retablo en que se alberga la imagen se hizo aprovechando los restos del que se encontraba en la capilla de San Benito, de los descendientes de Francisco de Ovando, el Viejo, en San Mateo, y que databa de 1686. Por lo demás es la ermita de una única nave, con testero plano, y a sus pies se muestran, tras una cancela contemporánea, objetos propios de la cofradía. Al exterior tiene tendencia a los volúmenes cúbicos y en su fachada se dispuso una lápida conmemorativa del fundador. Sigue poseyendo la ermita una casa para el ermitaño que la cuida, adosada a ella, y merece la pena detenerse en el popular arco frontero.

El Calvario

Al llegar al Calvario culmina el Vía Crucis de cantería que vimos comenzar poco después de superar San Marquino. Y, entre grandes y escarpadas rocas, se eleva la ermita del Calvario, propiedad de la cofradía de la Soledad y Santo Entierro. La trazó el 1588 el muy activo Francisco Martín Paniagua y la obra fue realizada por Blas Martín Nacarino, Juan Mateos y José Paniagua. A ella se trasladaba, antiguamente, la Virgen de la Soledad el Domingo de Lázaro, con una nutrida procesión. Hoy, en tal fecha, la cofradía propietaria perpetúa la tradición con misa, imposición de medallas a nuevos hermanos y desayuno.

Junto a esa tradición existía otra, la ceremonia del Descendimiento el Viernes Santo, para la que se utilizaba el Cristo articulado que se conserva en la Soledad. El guardián del convento de San Francisco pronunciaba el sermón de las Siete Palabras, al tiempo que se desclavaba el crucifijo de la cruz. Parece ser que el acto era tan sobrecogedor que fue prohibido en diversas épocas. Las tropas napoleónicas arrasaron e incendiaron la ermita en la francesada, y sufrió la ruina en diversas épocas hasta que, hace pocos años, la cofradía de la Soledad la salvó del abandono.

Presenta, al exterior, un atrio porticado de tres arcadas (una frontal y dos laterales) protegida por modernas rejerías coronadas con las armas antiguas de la cofradía, y, al interior, una sola nave cuadrangular. No sé cuántas veces habré recorrido este camino en mi vida, cuántos rosarios habré rezado por él, cuántas conversaciones habré mantenido, cuántas peticiones o gracias habré llevado hasta la cima. Recuerdo la primera, de niño, con abuela Candela, que me contaba historias de otros tiempos sucedidas en los lugares por donde pasábamos. Y aprendí, de ella, que por este camino santo subían las penas y bajaban las alegrías.