"¿Ambiente? ¿qué ambiente?, en el pozo de una mina no hay ni siquiera ambiente. ¿Alguna experiencia buena?, solo una: salir de allí después de cada jornada". Así lo afirma Antonio Plata, uno de los tres mineros cuyas trayectorias han sido este año reconocidas por los vecinos de Aldea Moret, organizadores del Festival Flamenco de las Minas. Esta cita, que se celebra mañana a las 20.00 horas en el Gran Teatro con acceso libre y varios artistas (Javier Conde, La Marelu, Pedro Cintas, cuadro flamenco...), rinde homenaje en cada edición a algunos mineros que conocieron la vida en las galerías. EL PERIODICO se ha trasladado a los hogares y residencias donde descansan para conocer con más detalle sus experiencias.

Las minas se abrieron a mediados del siglo XIX por el descubrimiento de la fosforita. Gracias a este yacimiento el ferrocarril llegó a Cáceres, inaugurado por los reyes de España y Portugal, y el mineral comenzó a exportarse vía Lisboa hacia países como Francia, Inglaterra y Alemania. Los sueldos, bastante elevados para la época, atrajeron a familias de todo el entorno hacia el mayor núcleo industrial de la provincia, pero los mineros coinciden en subrayar las penurias de la jornada diaria, los peligros y la falta de medidas de seguridad y salud.

Siempre mojados, a la luz de carburo y con una simple careta de dudosa efectividad, peones, barreneros y entibadores mantenían la mina activa en tres turnos consecutivos. Eran unos 700, y aunque las muertes se sucedían a causa de la silicosis --enfermedad respiratoria provocada por la inhalación de polvo de sílice, no siempre reconocida por la empresa--, nunca faltaban hombres de relevo acuciados por las dificultades y las cargas familiares.