En nuestra infancia no había niños obesos. Había ´Fatis´, que era un personaje del cine famoso por su gordura. No obstante la mayoría de los chiquillos estábamos delgados, lo cual causaba una gran preocupación a las madres. Me parece que se debía tanto a que estábamos corriendo todo el día (de casa a la escuela, en la escuela, de la escuela a casa, en la calle, al rescate, al escondite, al fútbol...) como a la escasa y mala alimentación. Las madres comunicaban su diagnóstico al médico: "Recétele algo al niño, que está muy delgado". Don Antonio Silva, un médico muy conocido, solía decir: "Que chupe la llave". Porque entonces había llaves de verdad. De hierro y de peso. Lo mejor que te podían recetar, aparte la llave, era el ceregumil, o el vino ´Quina Santa Catalina´, porque si les daba por el aceite de hígado de bacalao, te podías dar por vomitado. Tampoco resultaba apetecible que te mandaran inyecciones de sandocal. Comenzabas a sufrir nada más sonar el timbre y te obligaban a presenciar los preparativos. El practicante (tampoco había ATS) sacaba una caja metálica con una jeringuilla y una aguja que habían horadado las posaderas y culos de toda la ciudad y algún pueblo. En todos los domicilios era obligado tener una botella de alcohol para desinfectar los aparatos. La aguja era de un grosor más que respetable y dejaba un agujero que necesitaba ser taponado con algodón humedecido en alcohol varios minutos. Si ni por esas engordabas te despertaban a las cinco de la mañana, hora a la que pasaba una burra cuya leche recién ordeñada consumías entre sueños. Milagrosamente, has sobrevivido.