"Estoy muy mal de ánimo porque el puente ha sido mi vida permanente y ahora su derrumbe me quita el sueño". Valentín Pérez Calderón, funcionario de la administración de justicia, ya jubilado, conserva como oro en paño montones de fotografías, recortes de periódicos y escritos relacionados con su vida y con la de su familia, todos ellos vinculados al puente de San Francisco, la pasarela que el ayuntamiento demolerá en parte --sólo se conservarán los dos ojos dentro de una rotonda-- para hacer el ensanche de Mira al Río.

A sus 74 años, este vecino de la calle Damas ha nacido, crecido "y espero morir", dice él, a los pies del San Francisco. Fue su abuelo Damián, un albañil cacereño, quien construyó una casa en el número 14, en la que nació su madre y en la que él y sus hermanos también se criaron. Valentín, casado y padre de cuatro hijos, no quiso abandonar nunca su barriada y por eso se compró una casa en el número 31. Ayer, en la entrevista con este periódico, contaba mil anécdotas...

"Nuestros juegos infantiles siempre se han desarrollado en el puente. Recuerdo que en el pilón primitivo, que luego trasladaron al Foro de los Balbos y que es más grande que el actual, nos bañábamos de muchachos después de la tertulia", cuenta nostálgico.

Y añade: "Cada dos años esos pilones se limpiaban para quitarles el cieno porque recogían el agua que venía de la Ribera del Marco. Nosotros buscábamos los peces y recuerdo que una vez me quedé atrapado allí y mi madre se llevó un buen disgusto".

Alrededor del puente también se desarrollaban los juegos tradicionales. "A los del barrio nos llamaban los niños de la bola" por la forma que tenía la estructura en el petril del puente. Valentín se muestra contrario a la obra y sigue recordando: "En las márgenes del puente hicieron unas trincheras durante la guerra. En la ermita del Amparo había una garita con una sirena. Cuando sonaba la alarma todos acudíamos a refugiarnos".

Y alrededor del puente, toda una vida. "Por aquí estaba la fábrica de harina de don Antolín Fernández. Mi padre era carpintero y teníamos mucha amistad con don Antolín porque era un señor muy amable con mi familia".

Y en la memoria, el Pedrilla. "Antes de ser museo fue un molino de aceite. Después se hizo un lavadero municipal, con sus pilas, y el ayuntamiento cobraba sus impuestos. En el molino había montones de orujo, que parecían piscinas, y un coche viejo de los señores de Pedrilla, que eran de Portugal". Y cómo olvidarse del guingui , aquel vecino que se tiraba de pie desde el arandel y ganaba todas las apuestas, o de Rufina, la chica de la que Valentín se enamoró en los paseos de Cánovas y con la que formó un hogar a orillas del puente.