Durante mis años de profesor he mantenido unas relaciones muy tirantes con la Virgen de la Montaña. en la década de los 70, eran los estudiantes; pero más adelante, como los chiquillos se iban de botellón, fueron las mamás y abuelitas quienes se dirigían a la Virgen para que lograra el aprobado de sus criaturitas. Lo malo es que la Virgen es muy sensiblera y tiende a hacer caso a las peticiones de los cacereños por lo que se convertía en una correveidile, de manera que cada día se me aparecía varias veces. "Oye, CATOVI, me tienes que hacer un favor de amigo. Resulta que la nieta de la sra. Encarna tiene que aprobar Filosofía". ¿Y quién es la nieta de la sra. Encarna? "Pues la Nines". ¡La Nines! Pero si no tiene ni puta idea, con perdón. "¿Eres tonto o qué?", respondía la Virgen, "si estudiara no buscaría mi ayuda". Imposible, tiene un dos. "Nada hay imposible para mí. Ya has oído a Saponi que el futuro de la ciudad depende de mí?".

Pero como me parecía injusto que, si aprobaba, a la Virgen le dieran un donativo y a mí ni un mísero jamón, la Nines suspendía. Venía su mamá a protestar y le respondía: "La culpa es de la Virgen de la Montaña que no me ha dicho nada. Porque yo no le puedo negar nada y si me lo hubiera pedido habría aprobado".

Para evitar tanta presión decidí hacerme ateo durante los meses de junio y setiembre. Pues se me volvió a aparecer la Virgen de la Montaña para decirme: "Es inútil. Tú sabes que en Cáceres hay ateos, protestantes y testigos de Jehová, con lo que son estos para las vírgenes, pero todos me tienen devoción". Entonces llevé a cabo otra treta. Obligué a mis alumnos ( entre los que, como es notorio, no estaba Saponi) a escribir cien veces: fíate de la Virgen y no corras.