Acuden a los hospitales con ancianos terminales y a los centros de menores o a los colegios para prestar ayuda a los niños. Aseguran que el voluntariado enriquece tanto que es difícil distinguir quién se lleva más, si el que da o el que recibe. Son muchos, unos 2.000 en la provincia, pero hacen falta más. Por eso, Cruz Roja ha iniciado una campaña de captación de voluntarios que, este año, tendrá una especial incidencia sobre gente de mediana edad que esté dispuesta a trabajar con las personas mayores.

"Queremos dar esta difusión porque la gente joven, valiosísima por supuesto, tiene muchos altos y bajos por falta de tiempo, por los estudios... Pensamos que hay personas que a partir de los 50 estamos muy desaprovechadas", explica María José Martínez, presidenta local de la institución. "Sabemos que hay muchas mujeres y hombres, cada vez más, que pueden colaborar y ayudar a personas mayores, porque tienen fuerza suficiente para acompañarlas y, en muchas ocasiones, más sintonía con ellas", añade.

"Una de las cosas que más me ha marcado ha sido trabajar con los mayores porque me llenan mucho. Sólo entrar en la sede y verlos ahí, sentados a la sombra... Te miran de una forma... Es que cualquier gesto es de agradecimiento", explica María José, que se sumó al carro del voluntariado hace ya 10 años animada por su hermana y su cuñada.

"En esa época estaba muy en voga el asunto de la droga. Hice un curso de drogodependencia penitenciaria y comprobé que el voluntariado es una adicción", dice María José, que tardó muy poco en volcarse con las personas mayores, a pesar de la dura experiencia que sufrió siendo una adolescente: "Perdí a mi madre con 16 años y estuve a pie de su cama durante los tres meses que le dieron de vida. Aquello me marcó mucho y pensé que para cosas de este tipo ya no iba a servir. Pero me he dado cuenta de que todo lo que le di a mi madre en esos tres meses puedo transmitirlo".

Como María José muchos otros voluntarios viven situaciones difíciles... Cuidan el sueño de un anciano y cuando lo miran se dan cuenta de que ha muerto, llegan a hacer su servicio al hospital y le dicen, no, fulanito ya se murió anoche ... Pero no todo pasa por situaciones límites. Los voluntarios comparten y transmiten: acompañan a pasear a los mayores, los llevan al cementerio a ver sus muertos, a la ermita el día de San Blas para que se coman las roscas, escuchan misa cada domingo con ellos, acuden al médico, a la farmacia en busca de medicinas...

Con los niños

Pero además de los ancianos, hay otro colectivo socialmente vulnerable que también precisa de la ayuda del voluntariado de Cruz Roja: los niños. María José vivió el final feliz de una niña que estaba en el centro de menores Julián Murillo y que fue dada en adopción. "Ella llegó en una situación durísima y nos pidieron colaboración para que fuésemos a cuidarla. Tenía otros dos hermanos en el centro. Era una niña que no sabía sonreir", recuerda.

Rápidamente se organizó un dispositivo, que cubría los cuidados en el hospital en tres turnos semanales de mañana, tarde y noche. "Cuando ya aprendió a comer y a mantenerse nos dimos cuenta de que necesitaba sol, y la sacábamos a la ciudad deportiva, en verano y en invierno. Guardo una fotografía que nos hicimos juntas. Esa niña tuvo muchas madres y salió adelante...".

La otra experiencia con niños la cuenta María Jesús Simón, voluntaria y animadora sociocultural. Su máxima es ésta: "Recibo más que doy, por eso estoy aquí". Narra un episodio que la ha marcado sobremanera al lado de una niña invidente del colegio Moctezuma. "Nos pidieron un servicio, que era acompañarla en un viaje de fin de curso con los niños del colegio. No sé lo que le he podido dar a esa niña, pero desde luego ella a mí me ha dado todo", recuerda emocionada María Jesús.

"Era una cría con una fuerza interior increíble, con unas ganas tremendas de vivir y de sentir... Aún estoy procesando esos tres días". Y continúa: "Fuimos a Córdoba, Granada y a la playa. Estaba muy integrada en el grupo, con sus compañeros y profesores. Yo le explicaba cómo eran los colores, le hacía palpar las flores, los relieves de la Alhambra, se metió en la playa... y yo la veía sentir. Fueron tres días alucinantes en los que creo que aprendí a ver las cosas como un invidente. Lo que quisiera yo saber para darle, lo que quisiera yo tener de ella...".