Estoy compuesto de cantería y mi corazón es de piedra, por eso es muy difícil que a mí me afecte, como a mis vecinos, los humanos, cualquier tipo de mutilación o perrería que me puedan hacer.

Nací con un solo ojo, pero me lo quitaron y me pusieron dos. Estaba muy contento con él, ya que me gustaba ver el tránsito de aquella época. Venían a los abrevaderos los burrinos de Manolo, las vacas de Juan el cacharro, las de Quintín o el carro de tío Bernardino. Por la noche era un deleite el ver a la luna con su fiel reflejo proyectando en el empedrado esa silueta centenaria y rústica a la vez que yo poseía; pero ya ni eso porque los edificios del entorno lo impiden, ¡qué pena!

También me quitaron de mi lado un pilar de abrevadero y la bola, que formábamos un conjunto simbólico, tanto para el barrio como para toda la ciudad de Cáceres. Recientemente y porque lo demanda la sociedad en esta época difícil, exigente y fría emocionalmente, me han mutilado de una forma un tanto radical; pero no me importa mucho porque por lo menos me han quedado los dos ojos y aunque ya nadie transite por arriba ni pasen por la parte de abajo, puedo ver todo lo que circula a mi alrededor. Ahora bien, lo que no quisiera ver nunca son atascos porque entonces diría que todo ha sido un fracaso.

Yo en parte estoy contento ya que, según dicen, todo a lo que me han sometido ha sido por el bien de mi ciudad. Lo que sí me gustaría es que hubiera quien valorase la pérdida sentimental que he supuesto para mis vecinos.

En definitiva, son ellos los que han sufrido, porque yo sé que me quieren, por ellos y sólo por ellos, aunque yo tenga un corazón de piedra, no tengo más remedio que irrumpir en llanto. Yo también os quiero.