Como ya he comentado varias veces, no me gusta tratar los temas de rabiosa actualidad en mis Tribunas, porque pueden dar lugar a errores de interpretación. Ya que siempre se escapan - al comentarista apresurado - matices y aspectos esenciales que el tiempo no ha decantado suficientemente como sedimentos de otros acontecimientos posteriores, que pueden ser trascendentales para el análisis de la realidad.

Por eso he dejado pasar en el silencio de mis cuartillas todo el bullir de los vahos y vapores que han desprendido las primarias de un partido político, de los que actualmente padecemos, por el temor a emitir opiniones o juicios de valor que no respondieran a la ‘energía política’ que ha de surgir de todo este revuelo tan peculiar y significado. ‘Primarias’ significa - en el argot habitual de los ‘tertulianos’ - unas elecciones muy simples y elementales para elegir, entre todos sus militantes, al nuevo ‘jefe’, ‘líder’ o ‘guía’; ante la desaparición del anterior. Es un procedimiento democrático y limpio, en el que todos los ciudadanos interesados, se ‘inscriben’ para participar; emiten libremente su voto, por quien ellos juzgan su candidato ideal, y esperan el resultado para proclamar al que haya obtenido la mayoría de sufragios.

En el PP no se habían celebrado nunca, desde su fundación. Siempre fueron los presidentes los que designaban a los ‘pretendientes’ a heredero, sin mezcla de votación alguna. Pues uno de sus deseos más anhelados era convertir a España en un ‘cuartel’. Dado su espíritu nacionalista, autoritario y ‘cuartelero’. Y en los cuarteles nunca ha habido democracia. En sus ‘acuartelamientos’ provinciales y autonómicos siempre ha mandado el jefe y sus ‘oficiales’ o ‘barones’. Los demás obedecen sin rechistar y sin opinar sobre las decisiones del duce; si quieren mantener - durante varios años - su ‘cargo’, su sueldo y su ‘clientela’.

Por eso, la convocatoria de estas ‘primarias’, al desparecer su último ‘coronel-jefe’, han sido una sorpresa; una anomalía cuartelera y un ‘derrape’ peligroso hacia formas democráticas y ‘progres’, que no son - ni lo han sido nunca - habituales en la ‘tropa conservadora’. Promoviendo, inopinadamente, un ‘zafarrancho’ en el que los propios ‘sargentos’ saltaron a primera línea para ser nombrados coroneles, contando con que entre sus subordinados de la ‘clase de tropa’ contaban con simpatías y favores suficientes, como para resultar elegidos.

Para evitar este ‘desmadre’se dieron normas muy estrictas: Una ‘inscripción’ previa - mediante presentación del ‘carnet’de militante, y cuotas al corriente de pago, para preseleccionar a los electores. Una decantación rigurosa de los 800.000 afiliados (?) - que según el aparato - tenía su partido. Y una ‘segunda vuelta’, en la que los votantes serían los delegados del Congreso, previamente nombrados en cada una de las demarcaciones, por los correspondientes comités territoriales.

La ‘campaña’ preparatoria entre los numerosos aspirantes ha sido ya una ‘algarabía’- sin orden ni claridad - ‘sobre quién es más amigo de quién’. ‘Quién es más de derechas’; ‘Quién representa mejor los valores liberales’ o ‘Quién guarda mejor los “mandamientos’ de Aznar o de Rajoy; teniendo en cuenta que los ‘decálogos’ de uno y otro ya son bastante discrepantes. Como todos los ‘zafarranchos’, este también ha empezado con gran estruendo de cacharrería. Todo para acallar el “‘bombazo’ de la sentencia contra los imputados e implicados en la Gürtel; que cubrió con sus ecos y resonancias la mayoría de los medios de comunicación. Puesto que, en algunos de sus párrafos, se implicaba a todo el Partido Popular en los enjuagues y ocultaciones de conocidos ‘barones’; lo que le convertía en «una organización para delinquir, por su implicación a título lucrativo de toda la trama”.

En definitiva: un ‘zafarrancho’ cuartelero destinado a limpiar los viejos rescoldos.