Cáceres conserva una privilegiada muestra de aldea bajomedieval con iglesia, palacio, escudos, pajares, cuadras, tinados y otras edificaciones robustas. Nadie la habita y solo acude a diario algún que otro hombre del campo que tiene allí su ganado al cobijo de piedras centenarias. Pocos la conocen, apenas se ha escrito nada sobre este singular enclave, pese a que visitarlo se convierte en un interesante viaje por la historia. ¿Pero dónde está Zamarillas? A mediodía de la villa de Cáceres, a dos leguas , dicen las crónicas. Entre Valdesalor y Torreorgaz, con entrada desde ambos, se levanta este bello caserío de mampostería y piedra granítica, con varias construcciones todavía en pie pese a su despoblación hace unos 200 años.

Un par de viviendas han sido rehabilitadas, pero otras albergan ganado y lucen cubiertas de chapa o uralita sobre sillares con siglos de antigüedad. Hay un camión abandonado, cerca un viejo carro, restos de botes y envases, tejados desplomados, paredes derruidas, puertas rotas, zarzas y mucho musgo. Pero en general la aldea mantiene su belleza de piedra entre canchos, de empaque nobiliario y calles casi ocultas por la hierba y el agua.

En los siglos XIII y XIV surgieron numerosos caseríos por la repoblación de las tierras cacereñas, por su aprovechamiento agroganadero y por la necesidad de protegerlas de las incursiones de los rebaños mesteños que bajaban del Reino de León. Comenzaron a formarse los adehesamientos --dehesas--, trazados por mandatarios de Alfonso X el Sabio, donde surgieron estos pequeños núcleos. Pero la peste, la crisis demográfica del XIV, el aislamiento y otros factores hicieron desaparecer muchas aldeas: Alpotreque, Puebla de Castellanos, Casas del Ciego, Malgarrida, Borrico, Pardo y Borriquillo. Sin embargo, el antiguo arrabal de Zamarillas perdura y aún mantiene su porte nobiliario en medio de Los Llanos, como un mirador excepcional y privilegiado.

Porque Zamarillas es en realidad un coto de muy pocas familias, dueñas hoy día de las casas y los pastos. De un lado, los Sanabria, de otro, algunos propietarios que compraron o alquilaron terrenos a los Bustamante. Su carácter privado hace aún más difícil la conservación del poblado, cubierto por la hierba, pese a que algunos titulares han realizado reformas en las viviendas. El cacereño Alfonso Callejo es el único que ha escrito un trabajo sobre la aldea publicado por la Revista Alcántara, y en él deja claro que el final de estos caseríos llegó precisamente por la progresiva concentración de la tierra en pocas manos. De ahí el éxodo de labriegos y jornaleros.

PROYECTO TURISTICO "Es complicado poner a todos de acuerdo para arreglar esto", explica Agustín Sanabria en la puerta de la iglesia de Zamarrillas. Pero Agustín, hace décadas piloto de coches y presidente de la Federación Extremeña de Ciclismo, tampoco pasa mucho tiempo en la aldea: reside medio año en Puerto Banús y el resto, cuando está en Cáceres, sí acude a visitar a sus caballos en sus tierras del poblado. "Da pena..., es la herencia de nuestros padres", confiesa. Su sobrino Jesús Viñuales tiene en mente un proyecto de aprovechamiento turístico, pero está paralizado por la dificultad de poner de acuerdo a los titulares.

En una construcción próxima a la iglesia, dos vecinos de Torreorgaz charlan. Paco tiene 300 ovejas que pastan en las tierras de Zamarrillas, y Benito otras 40. "¡Qué va!, no siempre coincidimos, esto suele estar muy solo", comenta Benito, que no ve un futuro halagüeño para la aldea: "Los pastos son buenos, pero ya no hay siembra y algunas casas se caen".

Alfonso Callejo recoge en su trabajo las pequeñas y dispersas citas que existen sobre Zamarrillas. Considera que pudo crearse

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