De todos es sabido que la comunicación entre las dos principales ciudades extremeñas, tanto en lo económico como en lo demográfico, nunca ha gozado de buena salud a lo largo de la historia. Los casi 90 km que separan ambas localidades han sido, y son, un verdadero calvario para audaces viajeros que se enfrentan a una carretera decimonónica en pleno siglo XXI. Pero esto no es nuevo, viene de lejos, es más, se podría afirmar que viene de siempre.

En plena Reconquista, a finales del siglo XIII, ya se fundó la aldea de Manzanete --actual Roca de la Sierra-- debido a lo solitario y peligroso que se encontraba el antiguo camino entre Cáceres y Badajoz, en el tramo que cruzaba la Sierra de San Pedro por el Puerto del Zángano, un espacio agreste donde el bandidaje tenía todas las de ganar. Circular entre las dos ciudades se acabaría convirtiendo en un viaje peligroso, que debía hacerse por etapas, sin lugares en los que acampar con un mínimo de seguridad para el caminante y sus enseres.

El 4 de julio de 1523, ante los grandes problemas de seguridad que se producían para las personas y géneros que circulaban de Cáceres a Badajoz, el rey Carlos V y su madre la reina Juana, deciden por Real Provisión autorizar al concejo cacereño fundar una aldea, a mitad de camino, para aminorar los peligros que la despoblación otorgaba a esas tierras. Al año siguiente se hacen los señalamientos del lugar exacto donde se debe crear la aldea, para lo cual se cuenta con cuatro vecinos expertos en la materia procedentes del Casar de Cáceres. Se amojona un territorio de 2.500 fanegas para acoger una población de 35 vecinos a los que se le conceden 50 fanegas por cabeza y un solar para construir la casa, a esto se sumaban los prados y el ejido que se repartirían entre los nuevos colonos para tener huertos y ganados. Estas tierras pasaban a ser propiedad de los vecinos y sus herederos, para poder fijar población en la nueva aldea, tierras que no se podían enajenar ni a hidalgos ni a caballeros, ni tampoco acoger a ningún nuevo vecino. El Zángano se dotaría de ordenanzas en 1568 y sería vendido en 1627 al noble cacereño Francisco Dávila y Velazquez, Presidente del Consejo de Hacienda, Mayordomo Mayor del rey Felipe IV y Marqués de la Puebla de Ovando. Desde entonces, la nueva aldea perdería parte de su autonomía para convertirse en propiedad privada y adquirir con el tiempo el nombre de su nuevo dueño.

La creación y desarrollo de El Zángano, rodeado de tierras pobres para el cultivo, sería un pequeño alivio para los viajeros entre Cáceres y Badajoz, aun así en pleno siglo XIX, era peligroso su tránsito, por el miedo a los salteadores que infectaban su sierra. El mismo alcalde cacereño, Cayetano Izquierdo, reconocía en 1820 no poder trasladar presos a Badajoz puesto que «el traslado no ofrece la seguridad correspondiente debido a los peligros que hay en los caminos y particularmente en la Sierra de San Pedro».

Actualmente la antigua aldea de El Zángano, Puebla de Obando, perteneciente a la provincia de Badajoz, perdura como testigo secular de los graves problemas camineros que, desde siempre, existieron y existen entre las dos capitales extremeñas.