Hace ya tiempo que me di cuenta de lo que ignoro sobre el lugar dónde nací. Me di cuenta en el momento en que salí de mi casa para estudiar y más tarde para entrenar y competir como atleta. Los sitios nuevos que conocí los quise hacer míos conociéndolos, recorriéndolos, y llegó un momento en el que esos sitios extraños fueron más conocidos para mí que los míos.

No os preocupéis, no es nostalgia, es una reflexión que hago después de esta pasada Semana Santa que he podido disfrutar de unos días por Extremadura con la familia. El tiempo, bastante bueno para el invierno que llevamos, nos ha permitido disfrutar de alguna excursión además de los paseos que nos damos con nuestros entrenamientos: Mérida, La Nava de Santiago, los Barruecos, Alcántara, Cáceres...

En la juventud es fácil pecar de desprecio hacia lo cercano, la familia, nuestros profesores, pueblos y ciudades, y hasta que no nos separamos de ellos no nos damos cuenta de la ocasión que hemos perdido de conocerlos mejor. Por ello a veces intentamos recuperar el tiempo y volvemos hacia ellos nuestra mirada y nuestro reconocimiento.

Aprovecho cada visita a mi tierra o cada ocasión desde la distancia, para conocer algo más de ella, de sus rutas, monumentos, espacios naturales, tradiciones, gastronomía, hoteles y restaurantes, lugares que visitar, lugares que recorrer, todo ello no sólo para conocerlos sino para poder ofrecérselos a todos aquellos que no los conocen.

Me quiero convertir en un embajador de lo nuestro, de lo extremeño, porque en parte ya lo soy, en lo deportivo, pero no me conformo con eso. Y para ser un buen embajador, para vender bien Extremadura hay que conocerla y será una tarea que me llevará, con gusto, toda la vida.