Dicen que la felicidad no es una meta sino un proceso, un estado vital por la forma de hacer las cosas, de vivirlas, es algo dinámico. Por eso, cuando nos paramos a pensar si somos felices ya estamos dejando de serlo. No es bueno detenerse demasiado tiempo en degustar ni las cosas buenas que nos depara la vida ni las malas. Lo mejor es seguir siempre adelante. En otros apartados de la vida en los que los tiempos están menos marcados, quizás sea más complicado evitar esas paradas prolongadas, pero en el deporte es difícil tomarse un respiro.

Hace poco más de dos meses estaba exhausto en la meta del Campeonato de Europa de maratón en Barcelona, sin fuerzas casi para dar un paso más y habiendo colmado de sobra mis mejores expectativas. Las horas posteriores pude disfrutarlo con mi familia, mi pareja, mis amigos, mi entrenador y todo el mundo que se alegró conmigo. Pero mi cabeza ya estaba dibujando el plan para los futuros objetivos que han ido tomando forma en estas pasadas semanas.

La semana pasada, en la inauguración del curso de la residencia de deportistas Joaquín Blume de Madrid, además de premiar con la orden de plata del mérito deportivo a dicha institución por su 50 aniversario, pudimos disfrutar de una excelente charla de Xesco Espar, entrenador de balonmano y especialista en psicología deportiva, en la que nos hacía ver que la búsqueda de objetivos, desde los deportivos a los profesionales o los de realización personal, se hace desde el corazón y con los sentimiento a flor de piel. Son esas emociones las que nos darán energía y fuerza.

Así recordaré el 1 de agosto de 2010, no tanto como mi gran resultado en el Campeonato de Europa, sino como el día que me propuse darlo todo para conseguir lo máximo en el deporte y puedo asegurar que durante ese tiempo seré feliz, llegue a dónde llegue.