La columna vertebral del equipo juvenil perteneciente a la escuela que el Milan mantiene en Avila es extremeña. Equipo que aún no conoce la derrota en la liga castellano-leonesa ante equipos como el Numancia, el Burgos o el Real Avila.

El central emeritense Dani; el lateral alcantarino, procedente del Diocesanos de Cáceres, Diego; el interior también emeritense Alberto, y el máximo goleador de esta competición, con 22 tantos a estas alturas de competición, el coriano Edu, conforman la espina dorsal en un equipo donde dos jugadores ya han visitado la fabrica de talentos en Italia, Milanello, y otros tantos son seguidos muy de cerca para hacer lo propio, como el correoso defensa Diego.

Y este hecho tiene una doble lectura. La positiva, el buen estado del fútbol base extremeño. La negativa, la fuga de jóvenes deportistas con talento, que en esta comunidad sigue siendo un lastre, y que cada año por estas fechas consigue a hacer más conocido aún el anuncio turronero televisivo.

Aunque como bien dice el dicho, no hay mal que por bien no venga. Al menos, aquellos que se encuentran fuera han ayudado a hacernos una mejor idea de la realidad de esta tierra, y de lo que actualmente representamos en este país de las comunidades autónomas, países, nacionalidades, regiones, estados federales o llamémolos equis. Una radiografía que revela que si bien en materia deportiva las carencias todavía no son pocas, nuestra imagen global exterior se encuentra con excelente salud.

Estos jóvenes futbolistas extremeños-abulenses-milanistas han demostrado tener en este primer tramo de la temporada un denominador común: gran capacidad para integrarse y notable facilidad para el trabajo en equipo, consecuencia que no se sabe a ciencia cierta si se debe a su necesidad de abrirse hueco en el difícil mundo del fútbol, jugándolo fuera de casa, a su buena formación desde la base, o quizás a otra necesidad mayor heredada: la de sacar a Extremadura del histórico ostracismo.

Sea como sea, para estos, sentirse, en el día a día, extremeños, es una manifestación espontánea y sin exceso de celo territorial. Pasear entre las murallas Patrimonio de la Humanidad su ´extremeñeidad´ con insultante sencillez, una costumbre. Mostrar la bandera verde, blanca y negra marcada en sus botas a compañeros vascos, madrileños o andaluces, un acto de simple amistad.

Y son estos valores los que les hacen ser algo más que respetados por compañeros y técnicos, con independencia de su mayor o menor calidad deportiva, dejando la imagen de esta comunidad en inmejorable posición.

El fútbol es un idioma universal, como declaró el jugador francés Jean Pierre Papin. Si la mayoría de los deportistas extremeños repartidos por España poco entienden de excesivos patriotismos y sí mucho de personas con las que compartir victorias, derrotas, concentraciones o vestuarios, bien puede considerarse que entienden a la perfección esa más que acertada definición de Papin, aunque sin duda alguna, se hace necesario que dicho entendimiento sea puesto en práctica en mayor medida en nuestros campos. Felices días.