Como catalán desde generaciones pasadas, 87 años, afincado en Badajoz desde los años 60 del siglo pasado, sigo llevando Cataluña en el corazón y me emociono con una sardana, sufro con tristeza y vergüenza este terrible drama bufo, compuesto por guionistas aficionados y protagonizada por pésimos actores escasamente preparados. Ellos mismo lo han reconocido después de dividir y enfrentar a la sociedad catalana, la aversión del resto de los españoles y la ruina autonómica. La poca inteligencia y mucha negligencia de Rajoy, al no negociar ni preocuparse de los problemas de los catalanes, es el culpable de que una simple patrulla se transformara en ejército, donde sus improvisados generales han puesto en evidencia la carencia de valores que necesita un buen mandatario: madurez, inteligencia, prudencia y visión de futuro. Porque empezar una comprometida y peligrosa confrontación, saltándose las normas, infringir leyes, pregonar acontecimientos tergiversados e intentar involucrar a gobiernos extranjeros es de una mentalidad fantasiosa, ha podido servir para ganar unos pocos adeptos; en contra, millones. Cataluña, para ser envidiada y respetada con el aprecio de antaño, tiene que prescindir de oportunistas, aprovechados y ambiciosos personajes que la han llevado a la ruina, porque han demostrado que el interés y preocupación solo es para ellos mismos, y desapego y poco cariño para la causa al no parar esta locura, cuando vieron que el desastre que estaban causando iba en aumento. El orgullo que un servidor sentía al ser parte de esa tierra que la gran mayoría de extremeños alababa y admiraba, se ha ido amargando a medida que variaba el sentir de todo este pueblo desde la imposición del catalán, hasta convertirse en rechazo por la actual situación, alegrándose de la ruina total que amenaza la autonomía íntimamente antes envidiada.