Este Gobierno nos ha sorprendido, en el poco tiempo que lleva en el poder, abordando temas de relevante importancia social. En su hoja de ruta han pretendido recuperar la normalidad política institucional necesaria en nuestro país, regenerar la vida democrática y poner en marcha una agenda social que atienda a las urgencias sociales que sufren muchos ciudadanos en nuestro país. Pues bien, a esta lista de cambios le pediría al actual Ejecutivo de <b>Pedro Sánchez</b> que aborde el tema de la eutanasia.

Resulta imprescindible que incluya el debate «por una muerte digna» y una conclusión al respecto, pues como ya sabemos en otros países la resolvieron y está en vigor desde hace años. En Bruselas, la Cámara alta belga incluso ha aprobado ya el proyecto de ley que despenaliza la eutanasia para menores de edad, siempre que se cumplan una serie de condiciones, como que el niño cuente previamente con el consentimiento de sus padres y con el aval de un profesional psicólogo.

La extensión de dicho proyecto de ley a menores de edad está sujeta a una serie de condiciones. El niño puede solicitar la eutanasia si sufre «dolores físicos insoportables», está en fase terminal. Esta reforma superó en mayoría los votos en comisión parlamentaria y en el Senado. Los menores pueden acogerse a un derecho que ya asiste a los adultos belgas desde el 2002. Sin duda, España está en la quinta pregunta respecto a Bruselas, pero tal vez sería interesante pensar que es buen momento para avanzar en este delicado asunto.

Pido, por tanto, a esta nueva etapa de cambio y mejora que no desaprovechen la oportunidad de abordar este tema y tratarlo con la rigurosidad que merece. Todos somos susceptibles y maduros para entender que la eutanasia ha de ser tratada con la dignidad y transparencia.

CONVIVENCIA

Musulmana con amigos israelís

Yusra El Kasmi

Estudiante

Todavía recuerdo aquel día en la estación de autobuses de Haifa: mi amiga decidió marchar hacia Tel Aviv. Yo creo que tuve más suerte. Fueron yendo y viniendo algunas personas que aguardaban a la espera de su autobús. Entre ellos, yo -la extranjera musulmana-, ayudé a un hombre señalándole la ventanilla donde comprar el tíquet hacia Jerusalén. No olvidaré jamás su rostro. A quien no olvidaré tampoco es al grupo de judíos israelís que se sentaron a mi lado. Era un grupo de siete hombres con sus característicos tirabuzones. Uno fue sirviendo zumo para todos en vasos de plástico. Me miró y me ofreció con una sonrisa: «¿Quieres?» No me apetecía y negué con mi cabeza.

Unos cinco minutos más tarde, uno de ellos sacó de su bolsillo unos caramelos y me ofreció uno: «¿Quieres?» Le dije que sí. Sonrió y me extendió su mano, como si me conociera de toda la vida. Algunos pasajeros pasaban y observaban la escena.

Yo la llevo en mi corazón. También llevo en mi corazón a otro ciudadano israelí con el que coincidimos mi amiga y yo en Jerusalén. Estábamos realmente perdidas. Él nos auxilió, sonriente, amable, preocupado. Fue encantador. De nuevo, como si nos conociera de toda la vida.

Lo triste es que después lo conté a algunas personas y tildaron mi anécdota de locura: «¿Israelí? ¿Judío? ¡pero no sabes que podía haberos matado!» Juro que duele. Quiero acabar mencionando a E. Z. y a su padre, quienes hicieron que ese viaje fuera inolvidable. Ambos israelís. Ella, E. Z., hace que hoy el mundo se cuestione muchas ideas: «¿Una musulmana puede tener una amiga israelí?» Mi mundo es aquel donde el prójimo, sea de donde sea y como sea, tiene cabida en mi corazón.