Yo viví la época en que las iglesias se llenaban los domingo a rebosar. No era para menos porque faltar o llegar tarde a misa, pecado mortal, se castigaba con tormentos eternos.

Hoy apenas uno de cada siete españoles asiste a esa ceremonia, y uno de cada cinco cree aún en el infierno; incluso ya hay papa que dice que el infierno «es un estado de ánimo».

Pero ha surgido una nueva fe. Hay quienes se quitan el pan de la boca y criminales que se arriesgan a ser detenidos, por no faltar, en las nuevas catedrales, a su pasión por un equipo de fútbol.

Así perdonan a sus dirigentes sus poco deportivos apaños y corrupciones, como antes a los obispos sus palacios y deslices sexuales.

El nuevo rito parecía ir viento en popa. Pero me ha alarmado el que el Real Madrid haya dudado ahora de sus más fieles fans hasta el punto de amenazarles, si no van a un partido nocturno, con frío polar y a la intemperie, contra un equipo no puntero, con que les castigará prohibiéndoles la entrada al próximo partido «clásico». Mal anda el negocio cuando tiene que tratarlos a patadas.