Esta sociedad del siglo XXI, atestada de políticos corruptos, ha conseguido que la mayor parte de la población mundial estemos inmersos en el consumismo. Somos una sociedad de derroche. En la mayoría de las ocasiones, de objetos y «cosas» innecesarias. El Roto lo expresó muy bien con el anuncio de una gran superficie que decía en su rótulo: «Tenemos todo lo que usted necesita que no precisa».

Estamos en navidades y, por desgracia, se acrecientan aún más las ansias de dilapidación. Paradójicamente, claro; pues debería ser cuando más tendríamos que recordar que el niño Jesús nació en la más absoluta de las pobrezas, en un sencillo cobertizo para animales, en un pesebre. Para ser claros: nació pobre, muy pobre; nació «hijo de machepa», según la RAE, persona pobre y de familia humilde.

Quizás, esto de la pobreza se deba --en gran parte-- a que la gente que «administra» lo que el sudor de la mayoría produce sea parte de las élites políticas debilitadas, como señaló Napoleón Bonaparte que ocurría en los partidos por su miedo a las personas capaces. Valga el ejemplo de Extremadura (aunque algunos me llamen machacón o «pesao): En ¡34 años! nuestros ilustres gobernantes han logrado que tengamos la renta más baja (y el IRPF más alto), los menores salarios, las pensiones más indignas, la mayor pobreza relativa y severa y el paro más alto. ¡Ojo! y con gobiernos de izquierda --al menos, eso dicen ellos-- para más INRI. ¿Será que su actuación se asemeja más al dicho: «hecha la ley, se inventa la malicia»? A servidor no le cabe ninguna duda.

Fuere como fuere, lo importante es que en España, por citar sólo a mi país, la pobreza relativa y severa están alcanzando cotas que hielan los huesos y que hacen pensar que vivimos muy cercanos a lo que se ha dado en llamar un «Estado fallido». Que, por lo general, es un Estado que se caracteriza por el fracaso social, político y económico. Con un gobierno tan débil o ineficaz que carece de control sobre vastas regiones de su territorio, no provee ni puede proveer servicios básicos, presenta altos niveles de corrupción y criminalidad, «desplazados», y una marcada degradación económica. Un Estado que no es efectivo, y no es capaz de aplicar sus leyes de manera uniforme, registrando altas tasas de corrupción política, mercado informal, burocracia, ineficiencia judicial, poderes civiles no estatales..., un desaguisado, en suma, promovido por cuatro filibusteros.

Y, no lo olviden, pronto habrá una parte de la sociedad que padecerá de «aporofobia», es decir, aversión a las personas pobres o desfavorecidas, con lo que esa desvergüenza supondrá.

No me voy a explayar con un sinfín de datos escalofriantes sobre la pobreza para no amargarle la navidad a ninguna persona de buena voluntad, pero mientras derrochamos comida superabundante y gastamos en regalos que luego no servirán para nada sólo por el hecho del derroche, no deberíamos olvidar que cada día --de estas navidades también-- mueren de hambre ¡8.500 niños! Niños todos, por culpa del libre albedrío político, «hijos de machepa».