las crudezas y alegrías de la vida suelen mezclarse y pervivir durante toda nuestra existencia. El ser humano es frágil como un golpe de aire. De eso sabemos mucho las enfermeras. A pie de cama y durante 24 horas, dando aquello que se precise en cada momento a cada persona única. Transmitir paz y sosiego, calma y apoyo resulta difícil cuando el nudo te aprieta la garganta cortándote el aire, cuando sientes el dolor de la perdida en el familiar y el miedo en nuestro objetivo principal, el paciente.

A mis compañeras de la primera planta del hospital San Pedro de Alcántara las he visto llorar de alegría, cuando ellas y ellos traspasan la puerta del ascensor rumbo a su domicilio, después de meses de gravedad y complicaciones. Las he visto llorar de dolor e impotencia, cuando la vida es arrebatada a alguien lleno de ella. Las he visto enfadarse y recriminar buscando una reacción de abordaje de la enfermedad en el paciente. Las he visto recibir críticas de familiares y pacientes y constantemente recibir laudos y piropos de unos y de otros. Y hasta alguna proposición poco apropiada. He oído llamarlas chica, señora, tú y usted, a veces hasta enfermera a grito desgañitado. Las he visto recibir placas de agradecimiento, ramos de flores, todo tipo de pasteles y bombones, pero sobre todo abrazos, muchos abrazos, besos, cartas y llamadas de pacientes y familiares.

Las horas, los días, la convivencia nos hace amigas, casi familia. De ahí que solamos hablar por los pasillos o reír a carcajadas. El tiempo que pasamos con los pacientes y familiares, hace que sepan donde vivimos, nuestros nombres, cuántos hijos tenemos, nuestro estado civil o que te lleguen a invitar a comer a su casa el domingo para presentarte a su hijo. Los pacientes tienen sus favoritas entre la diversidad. La del pijama verde, blanco, la rubia del pañuelino, la de mi pueblo, la morena gitana, la que tiene una hija... pero todas son el alma del lugar, un equipo en perfecto equilibrio del que tira un líder con mayúsculas.

Google podría aprender del rato del café de las enfermeras, entre celeridad, tostadas frías y poco espacio físico y mucho humano, --hacer mucho con poco-- mientras debates sobre lo que debemos hacer para mejorar la situación de aquellos que están al otro lado del biombo.

La importancia de estar actualizada, manejar correctamente y responsablemente fungible, aparataje, instalaciones, tratamientos, trabajar con rigor nos hace buenos profesionales, pero la excelencia la da sin duda el calado humano. La dichosa y difícil empatía, la humanización de la atención. La perfecta conjunción entre el saber y el demostrarlo en un contexto de satisfacción personal y profesional. Y es eso, lo que he encontrado en ellas durante este tiempo. Sin perder de vista el crecimiento profesional y la inversión de tiempo personal en beneficio de todos, (confeccionando trípticos de información, manuales de instrucciones, educando a familiares, adornado sorprendentemente la unidad en navidades para alegría de familiares y pacientes). Será difícil, mucho, compartir otra vida laboral sin ellas.