Hace unos días acudí a la sucursal de un banco del paseo de Cánovas de Cáceres y me topé con la sorpresa de cuánto había cambiado tras meses de obras. Esta mudanza no sólo se percibía en lo estético, sino también en el funcionamiento.

Mediante una terminal, se selecciona el tipo de operación para conseguir un número de atención, que no te salva de esperar, pero parece más ordenada esa demora, aunque no sé si más operativa.

Mientras miraba un plasma esperando mi turno, pensé que poco a poco las entidades bancarias, con tanta modernización de su actividad, excluyen a un sector de la población, aquel que ha llegado tarde a la revolución tecnológica. Mi madre, de 78 años, es incapaz de operar con autonomía en estos bancos. Aunque, para estos casos, los empleados echar una mano, tal y como me explicó la señorita que me atendió.

Junto a esta reflexión, recordé una anécdota que leía hace unos meses. Parece ser que un empresario muy rico de Estados Unidos acudió a las oficinas de una empresa de publicidad para contratar una campaña publicitaria y comprobó que las instalaciones rezumaban opulencia y pomposidad. Cuando vio aquel lujo, pensó que todo aquello saldría de su bolsillo. Abandonó esas oficinas y acudió a otra compañía menos ostentosa, que le hiciera el mismo servicio sin incrementar sus precios para poder mantener esa exuberancia.

Pues eso digo yo. Más modestia e impuntar menos comisiones a los clientes.