El panorama político en nuestro país es desolador y, a veces, vergonzoso. Véase a los inefables independentistas catalanes o las artimañas del Gobierno de Rajoy. Nuestros políticos no se merecen ni el agua que beben. Les concedemos, poder, prestigio, buena retribución, buenas pensiones y el honroso privilegio de trabajar al servicio de una causa noble, pero luego sentimos que no gobiernan para nosotros, sino contra nosotros.

La mediocridad intelectual y política de nuestros representantes produce bochorno. Solo tienen tres virtudes destacables: sectarismo, oportunismo y demagogia. No tienen proyecto de país.

No hay predisposición ni consenso para abordar los grandes retos e incertidumbres que nos aguardan. Sin duda, no nos merecemos esta clase de políticos, siempre más preocupados de colonizar las instituciones que de ocuparse de los problemas de la gente.

Son tan limitados que solo saben gobernar a golpe de encuesta y movilización. Que bajan en las encuestas, pues anuncian una medida inane y arremeten contra el adversario; que se manifiestan las mujeres, pues se ponen el lazo morado; que las encuestas piden venganza por los asesinatos, pues endurecen las penas; que los jubilados se manifiestan por unas pensiones dignas, pues les prometen una limosna y confianza en el futuro. Lamentable.