Tanto que nos quejamos de la mutilación parcial del Estatut por el Tribunal Constitucional y el 1-O, con nocturnidad y alevosía, un Parlament medio vacío se cargó lo que quedaba de él. Me dio una tristeza inmensa que no se reconociera el trabajo de mis padres. Me dio rabia verlos a punto de llorar y con la voz entrecortada diciendo: «Nunca nos han querido, siempre hemos sido ‘los otros’».

Fui a la manifestación del día 8 para defender lo que con mucho trabajo y sacrificio habían conseguido nuestros mayores. Porque en estas crisis siempre acaban perdiendo los mismos. Nunca esa burguesía acomodada sino los trabajadores que no llegan a fin de mes. Y fuimos muchos, gente que en su vida se habría imaginado participar en una manifestación de este tipo. Y llenamos metros, trenes y calles. Y por absurdo que parezca, comprendí a los independentistas. Me emocioné cuando vi a esa multitud bajar por la Rambla de Catalunya y el paseo de Gràcia en ese ambiente desinhibido de color y de luz. Los comprendí cuando creen que todos piensan como ellos.